domingo, 27 de abril de 2008

ELEGIA EN EL DESIERTO








Micaela Solís: la voz contra la impunidad y el olvido


A poco más de diez años de haber escrito Elegía en el desierto In memoriam, seguramente uno de los libros de poesía más críticos y desgarradores que se hayan publicado hasta ahora sobre el asesinato de mujeres en Ciudad Juárez, Micaela Solís, su autora, desanda las motivaciones profundas y dolorosas que dieron pie a la escritura de este texto que, a la hora de su lectura, no sólo ha despertado la ira de grandes vendavales, sino ha cosechado la cólera gubernamental y el malestar de aquellos que, en nombre de la tragedia, levantan banderas políticas para su provecho personal.


Escribir sobre este tema, el de las muertas en Ciudad Juárez, sin caer en el uso del dolor, principalmente el de los padres y familiares más cercanos de las víctimas, implicó para Micaela Solís asumir el reto de una escritura surgida, según cuenta, de un hondo reclamo personal. Anteponer el valor de la ética, tan en desuso en estos tiempos, al ejercicio solamente estético de la creación literaria fue otro desafío que la autora pareciera haber ganado al hedonismo y a la autocomplacencia.





Micaela Solís, evoca la mañana gris en que despertó indignada frente a la imagen de la manita de una niña de nombre Cecilia, cuyo cadáver apareció tirado en un campo de fútbol en Ciudad Juárez, en un día, también, nublado, de febrero de 1997.


La fotografía a la que se refiere la autora, había aparecido en uno de los periódicos de circulación local y constituía entonces uno más de los tantos testimonios que no sólo revelaba la preeminencia de una realidad absurda, sino desnudaba la impunidad y el cinismo del gobierno de Francisco Barrio Terrazas, que durante su mandato, más de una vez, se refirió a este tipo de crímenes como una cuestión de desenfreno femenil y faldas cortas.


La manita frágil, que flotaba en la soledad baldía y cómplice del arenal, confrontó el trabajo poético de Micaela Solís: “Esa imagen brutal me cuestionó. Me obligó a preguntarme qué podía hacer yo, como poeta, como mujer, para denunciar una realidad horrenda que parecía imponerse cada día más”.


En esos momentos de cavilación profunda, Micaela encontró otra pieza de su desconcierto: la indiferencia de una sociedad que, aplastada bajo el peso de estos hechos atroces, parecía ceder a la tentación del silencio y la inmovilidad.


Después de vivir durante más de tres años en Ciudad Juárez, donde se dio “este síndrome”, como ella lo nombra, por su complejidad, Micaela supo que ya traía esa necesidad, esa desesperación, matiza, de expresarse, de protestar ante tanto horror, pero sobre todo ante tanta indiferencia.


“Decidí, entonces, --cuenta--, escribir algo que a parte de su valor poético constituyera un análisis de esta tragedia. Y para que un escrito contenga ese valor, pensé, debería ser algo profundamente crítico. Debería ser un texto de denuncia real. Algo que me plantee desde un principio fue que mi trabajo no fuera el resultado de un deshago personal ni visceral. En ese entonces, como ahora, pienso que un tema tan delicado como el de las mujeres muertas en Ciudad Juárez y otras partes del Estado no podía ser tocado más que desde la mira del verdadero compromiso y del respeto. Mi texto, entonces, por una cuestión de elemental ética, no solo tenía que partir de la autocrítica, sino tenía que asumir el costo del todo o nada”.


En este sentido, Micaela Solís, sentada al comedor de una casa clase mediera en esta frontera, donde se lleva a cabo la entrevista, agrega que el dolor y la rabia contenida la llevó a escribir un texto de mayor determinación.


“Me preguntaba a mi misma cómo podía entrarle, como podía cooperar. Bueno, se supone que yo escribo, que soy poeta. Y que el poeta, según lo concibo, debe ser la antena sensible de la sociedad. Por lo que este texto debería ser profundamente de denuncia. No podía ser de otra manera”.


Micaela dice que por la magnitud de la tragedia, “sabía que tenía que echarme un clavado a la mayor profundidad que pudiera en el horror“. “Tenía que aterrarme. Acercarme a sentir lo que estaba pasando en la vida de esta gente. Tenía que cimbrarme. Entonces me llené de imágenes. Por ejemplo --recuerda-- la película de Marlon Brando, Apocalipsis me sirvió mucho por la concepción tan clara del horror que tiene su director. Tenía que empezar, por un lado, por la nota amarillista del periódico que me indignó. Y, por otro, estaba obligada a retomar la indiferencia de la sociedad civil ante este tipo de hechos“.


Nacida en Gómez Farías, un pueblo agrícola del noroeste de Chihuahua, Micaela Solís es una mujer habitada de imágenes. Cuando el lector está frente a cualquiera de sus trabajos, inevitablemente pareciera que ve fragmentos dolorosos y encendidos de la realidad a través de la pantalla del cinematógrafo.


La autora señala al libro “Juárez, the laboratorio of our future”, del reportero norteamericano, Charles Bowden como uno de los materiales importantes que fueron de gran utilidad en el proceso de escribir la Elegía.


Prologado por Eduardo Galeano y Noam Chomsky, ciertamente el libro de Bowden causó gran expectación en el mundo por el valor testimonial de sus imágenes captadas por fotógrafos juarenses, quienes, impedidos por sus patrones, nunca pudieron ver publicado lo mejor de su trabajo en los medios locales para los que laboraban.


“Para mi fueron importantes las fotografías de ese libro. En Elegía escribo un poema sobre la máscara, que no es más que el rostro rígido y bello de una mujer ultrajada, asesinada, y abandonada en los arenales del desierto“, señala Micaela con sus ojos llenos de luz que se tornan más grandes o más pequeños de acuerdo al tamaño del sentimiento que en esos momentos recorre el corazón.


¿De que otra manera podía conmover el poemario Elegía en el desierto si su estructura no hubiera sido planteada por su autora como un recorrido a las profundidades del dolor?. Y ese dolor contado como es, lejos de la banalidad y el snob, contribuye a que el “aliento poético que sorprende y envuelve”, según señala Carlos Montemayor en el prólogo del libro, estruje el corazón, principalmente cuando la escritora se ocupa de leer su propio texto en algún evento público.


La autora cuenta que cuando empezó a escribir la Elegía entendió también que el compromiso de escribir sobre este tema la llamaba a la autocrítica. “Estaba obligada a auto criticarme. Porque si hago critica hacia algo tengo que empezar por mi misma. Por ello digo en el texto que se me cae la cara de vergüenza por no haber escrito antes. Por haber callado. Entonces no podía tampoco estetizar . Tenía que buscar un equilibrio. Es tan bondadoso hacer algo con el corazón que no te la acabas. Te retroalimenta de una manera tan profunda que ya quedas con esa línea de actitud ante el trabajo”


Una de las partes de su libro con el que Micaela siente mayor identificación es el poema que cierra la Elegía. En éste, la poeta se refiere a los cuerpos martirizados que yacen bajo sábanas blancas sobre la plancha fría de los anfiteatros. Aquí estos cuerpos recobran toda la dignidad que sus asesinos no lograron despojarles.


“… Ante la morgue,/ /un tufo profundo a humanidad abre la puerta de la desesperanza./ /(…)Con estatus de santos en los altares,/ /sobre las planchas,/ los cuerpos violentados exponen su verdad sustantiva en el severo abandono de si mismos./ /Obsecados, ahí …, como los santos./

(…)Bajo la sábana blanca,/ /en la mujer oculta el caos su compacta ilusión./ /Sólo la ciencia del amor podrá algún día revelarla,/ /cuando brille la verdad sobre la especie/ /y tenga la descendencia la suficiente fuerza para mirarla./


Editado de manera casi artesanal por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en octubre de 2004, Elegía en el desierto para ese entonces tenía ya más de siete años de haberse leído por primera vez en la Plaza de Armas de Chihuahua, el 8 de marzo de 1997.


De hecho, según relata Micaela, el poema fue pensando como un arma que, obligada por el alud de acontecimientos, escribió en 15 días, y presentó ese año el día Internacional de la Mujer como basamento poético de una coreografía montada por el ballet Danzarena de Cinthia Aguirre. El acto resultó muy conmovedor. Ese día se levantaron grandes vendavales, sopló el aire, fuerte e intempestivo, que al final avivó más el fuego de la palabra, la voz de la poeta:


/“Pero ¿alguien sabe la velocidad en nudos de este viento misógino que sopla?/

/Está por todas partes, siéntalo bien, percíbalo:/ /En la envidia de la mujer por la mujer,/ /en la exclusión vertical del viejo feminismo,/ /en la declaración del obispo y del político que dicen:/

/“Ellas son las que provocan”./ /Está en los cines,/ /en la escuela,/ /en la maquila,/ /en la colonia,/ /en la plaza, en la iglesia,/en el Congreso/, /en el hogar/ (…) En el corazón de los hijos y en el corazón de las madres./ /Y está, --¡oh ignominia!--/ /en algunos buenos poemas/ /de algunos de nuestros buenos poetas…”./



La llama poética que si quema


Micaela Solís es de las pocas escritoras cuyo trabajo ha enfrentado la malquerencia de no pocos personajillos ligados al circuito cultural y político en Chihuahua que con una mano exigen justicia al gobierno pero con la otra reciben de éste beneficios económicos y distintos tipos de canonjías.


Para mucha gente cercana al activismo social, es un secreto a voces la forma dócil y domesticada en que se han conducido varias de las denominadas Organizaciones No gubernamentales en su reclamo por que se esclarezcan los homicidios de mujeres en esta frontera.


Necesitadas de conservar su posicionamiento político ante la sociedad, el estado y la iniciativa privada, para así acceder a la vena inagotable de recursos económicos que les permite sacar adelante sus proyectos de carácter personal y asistencialista, muchas ONGs se han convertido en verdaderos cotos de poder y han mutado vergonzosamente al oportunismo y sectarismo, vicios propios de la vieja izquierda como de la neo derecha, a las que tanto critican.


Por ejemplo, apenas el viernes anterior se conocieron denuncias en contra de Malú García y Marisela Ortíz, dirigentes de la ONG Nuestras Hijas de Regreso a Casa, a quienes algunas madres y familiares de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez las señalan de lucrar con su dolor.


Lo grave de todo es que estas desviaciones benefician directamente a la esfera gubernamental, que en sus distintos niveles de gobierno, no sólo ha sido incapaz de hacer justicia y de llevar a los verdaderos culpables de los asesinatos de mujeres ante los tribunales, sino que, además, según diversos señalamientos, la administración de gobierno pudiera estar involucrada en el execrable hecho de que desde los sótanos policíacos locales se ofrezca protección a los asesinos.


En medio de este nubarrón, el trabajo crítico de Micaela Solís constituye una aportación distinta de llamar a la conciencia a través de la creación artística, que no tendría sentido de ser sino es denunciado a los que, desde arriba, ultrajan y asesinan, pero, también, volviendo los ojos hacia abajo donde se hayan tantas organizaciones civiles que enmudecen o gritan, según se requiera, con el propósito de proveerse de algún viaje o un sueldo.


En el caso que toca a las mujeres asesinadas en Juárez, la autora de Elegía en el desierto, libro que por cierto no se encuentra para su venta en ninguna de las librerías del Estado, señala contundente que caer en el juego perverso del uso del dolor para sacar raja política equivale a seguir violando y matando a estas mujeres.


Quizá, por eso, Micaela Solís, recupere la voz de una de las muertas, que, desde la Elegía, reclama:


/Soy el deseo, la desaparecida que teje su retorno a la vida./

…/Soy, también, la bandera desgarrada entre el escepticismo,/ /la ambición, /el cinismo y la barbarie;/ /la de los torpes giros, /propicia a los vientos del Norte./ Soy el pasaporte directo al congreso inocuo,/ /al viaje de placer,/ /al festival cultural,/ /a la ascensión política,/ /al nombramiento oficial,/ al premio literario;/ /el billé que se gasta en los labios del discurso del ego/, /un nombre masticado con saliva retórica/ /Mientras en el desierto,/ las auras se arrebatan --a picotazos-- un corazón que guarda aún su última humedad/


Es en esta crítica firme donde quizá se encuentre la clave de la irritación que ha causado su presencia en distintos foros en los que, obligada “por el compromiso inaplazable de no callar”, ha decidido tomar la palabra. Pero también ha sido esta actitud, la de llamar a las cosas por su nombre, lo que ha valido su ausencia en eventos convocados por algunas Organizaciones No gubernamentales que prefieren no estar cerca de la llama poética que las quema.


Lejos de la amargura e instalada en el hábitat de una soledad, a veces dura pero, finalmente, reconfortante, como ella misma la define, la escritora trae a la memoria los momentos acres en que a su voz se ha pretendido silenciar. Recuerda como una líder de una organización no gubernamental en Ciudad Juárez, visiblemente ofuscada e instigada por sus líderes superiores de una ONG internacional, decidió arbitrariamente interrumpirla en un evento en Alburquerque, Nuevo México.


Un ejemplo más que ilustra la falta de respeto y solidaridad hacia la labor artística de esta escritora ocurrió en Oaxaca, en mayo del año pasado, cuando en el marco de un festival artístico dedicado al estado Chihuahua llevado a cabo en esa ciudad, Micaela Solís fue fuertemente interpelada por una turista de origen chihuahuense, quien le gritó que “ya basta” de seguir escuchando como se ensuciaba el nombre de Ciudad Juárez con el tema de las muertas.


Rememora Micaela: “en ese momento tan fuerte, me quedé desmoralizada, sin embargo me repuse y tome aliento para responder que yo también estaba harta de ese tema y que esperaba que perdiera vigencia muy pronto. Respondí a la señora que me cuestionaba, que mientras se siguiera matando impunemente a mujeres en Chihuahua yo iba a seguir leyendo Elegía. Mi compromiso es seguir dando a conocer los crímenes, mientras la impunidad siga gobernando mi estado”, señalé.


Sin embargo, lo peor estaba por venir. Cuando le fue cedida la palabra, a una poeta, parte de la comitiva de artistas chihuahuenses en el evento, ésta se puso de inmediato del lado de la turista ofendida. La susodicha en esa ocasión, no tuvo un gesto solidario ni con su colega ni con la causa de los feminicidios. Lo más desalentador para ella ocurrió en la ocasión en que Carmen Amato, conocida poeta y promotora cultural fue a la ciudad de Chihuahua a proponer un encuentro de poesía itinerante que recorriera el estado llevando como eje temático el de los feminicidios ante varias poetas chihuahuenses quienes en consenso impusieron la posición de no realizarlo por la temática propuesta.


Micaela Solís cierra esta entrevista con una reflexión sobre lo que para ella significa la escritura.



“El acto mecánico de escribir no te hace escritor. La escritura es un proceso de pensamiento, definición y análisis a los cuales es difícil acceder si nuestros actos no están comprometidos con la honestidad”



La voz poética de Micaela Solís

por María Rosa Tiburcio Trejo



En Elegía en el desierto, Micaela explica la muerte a través de la vida. Se percibe la fugaz vitalidad de esas jóvenes mujeres, “la brevedad de su vuelo …/


Sentimos, más que oímos, la voz de la fallecida: la muerte que el lenguaje atrapa para invitar al grito y al no-olvido.


La poetisa quiere “continuar el grito” de la mujer masacrada que no debe
“morir del todo” p.p. 76,20.


La reflexión y las pausas que provocan su “elegía”, siembran entonces flores en el desierto.


Elegía en el desierto de Micaela Solís es un texto cuya sencillez se logra a base de complejidad. Su poema recorre trozos de realidad a través de tres senderos: La desesperación que conjuga con la voz de las asesinadas. La mirada que contempla con angustia el desgarre social que vivimos en Ciudad Juárez. Y no se detiene ahí, sino que emprende un viaje subjetivo hacia el pensamiento de los asesinos.



Entre las vacilaciones comunes del lenguaje brota una voz que no es la muerte, es una voz a la que Micaela imprime vértigo y vida. La poetisa quiere “continuar el grito” de la mujer masacrada que no debe
“morir del todo” p.p. 76,20. Sentimos, más que oímos, la voz de la fallecida: la muerte que el lenguaje atrapa para invitar al grito y al no-olvido.



En un diestro ejercicio poético, Micaela explica la muerte a través de la vida. Se percibe la fugaz vitalidad de esas jóvenes mujeres cuando describe “la brevedad de su vuelo …/el aleteo diseminado entre cables y circuitos” p.44. Su percepción de la vida joven a través del vínculo entre la especie animal y las herramientas industriales habla de su habilidad para jugar con este artificio que es el lenguaje. Cuando la autora dice: “esa juventud en masa ganándose la vida/ …/el sabor a durazno de tu chicle/los brillos de tu barniz de diamantina/y el copete de nube”p.45, los residentes de Juárez sabemos cual es su referente.


La efímera alegría y el infinito dolor se ahogan en el “mar de ilusiones disecadas”p.37 que se percibe en esta frontera llena de industrias. El impacto de la violencia conduce a esta poeta a imprimir una tensión entre el lenguaje y una realidad caótica que se concentra “en el ejercicio del mandato/la maldición/la furia/
la violación/la dentellada/el crimen/el cinismo p.59. La espiral del vacío que atrapa al asesino absorbe también a una población que ante el horror, prefiere la indiferencia.



La intromisión del asesino en la vida fronteriza provoca el lamento de la poetisa: “ciudad de carniceros”p.62. Fuerte, pero no falto de veracidad. Dentro de la “sociedad que le da la espalda a su derrumbe” p.26 hay un asesino cuya existencia se diluye entre gritos, coca, alcohol, anfetaminas …”p.58. Micaela elabora un vaivén entre la “nada”de los asesinos, las ocupaciones de los juarenses que quieren seguir apurando su vida y las Autoridades deliberando sobre los “delincuentes legales y los delincuentes ilegales” p.36.



En un lenguaje singular la poetisa formula cuestionamientos y respuestas. A la vez que denuncia la indiferencia de la sociedad juarense, en un interesante ejercicio poético, abre un abanico de interrelaciones entre violencia, dolor, vacío y ansiedad. Eventos y situaciones crueles y violentas surgen entre palabras que quieren alcanzar esa realidad sangrienta. A la vez que habla de la “impronta de la maquila”p.64, permite ver destellos de los catalizadores del vacío y la indiferencia.



La ubicación geográfica de Cd. Juárez permite pasar a ese “viento del norte que succiona” p.46 y cuya fuerza admira y atolondra al juarense. El “linde de mundos”p.46 provoca ansiedades que pretenden alejarse del horror que llega con la tortura y la muerte, más a su encuentro sólo llega el vacío. De ahí entonces la búsqueda de olvido en las murallas que no permiten oír los gritos ni oler el miedo, de ahí también el lamento poético que dice: “vamos a Wal-Mart/ los domingos en la mañana, como si nada/Como si nada .p74.



La voz poética de Micaela Solís se enfrenta con una realidad agresiva. Su congoja y coraje encuentran cauce en palabras que rebasan la designación común. Más que denunciar los patrones de conducta adversos que percibe y refiere a la inversión extranjera en Ciudad Juárez, pone también de manifiesto el abismal vacío y la desesperanza de las víctimas, del asesino y de nuestra ciudad fronteriza.



Entre los sentidos que surgen de las palabras, además del tono feminista del que hablan los “vientos misóginos”p.71, brota también un dolor lacerante por todas aquellas jóvenes cuya vida plena sólo quedó en tentativa. Pero Micaela goza del privilegio de transformar su ira en poesía.



Por eso podemos afirmar que es una poetisa hábil. Sabe que no basta con encadenar palabras para expresar su sentir. Sabe -y lo hace- que debe incursionar en el juego cuyo objetivo es atrapar los silencios que se imponen al lenguaje.



Así, entonces su poética conjuga el silencio del lenguaje con el silencio de la sociedad juarense. A la vez, su voz poética se torna en el grito de las víctimas. La oscilación de las palabras micaelianas, hacen vibrar la muralla de ansiedad en que quedamos atrapados los juarenses. La reflexión y las pausas que provocan su “elegía” siembran entonces flores en el desierto.