lunes, 30 de marzo de 2009

GRITOS Y SUSURROS II

Gritos y susurros II
DENISE DRESSER
Para ser mujer


Coordinado por Denise Dresser, el libro Gritos y susurros
II reúne testimonios de 39 mujeres –escritoras, actrices, artistas, políticas,
funcionarias, empresarias, chefs y cantantes– que “se separaron del resto del
rebaño e invadieron un terreno prohibido” para revelar momentos importantes en
sus vidas, describir sus encrucijadas y hablar de situaciones que las llevaron a
ser quienes son hoy. Con autorización de los editores y de la coordinadora de la
obra –que será puesta en circulación la próxima semana bajo el sello de Aguilar
y Raya en el Agua– Proceso reproduce el prólogo, escrito por la propia Dresser.
Además, un fragmento del testimonio de la politóloga y escritora Miriam Morales,
chilena que tuvo que abandonar su país en 1975 y se naturalizó mexicana en 1980,
quien narra el regreso a su país natal.

Siento que hay cosas inexploradas
sobre las mujeres que sólo otra mujer puede explorar”, escribió la pintora
Georgia O’Keefe. Y tiene razón: cuando una mujer escribe sobre su experiencia
vital y otra la lee, suele surgir una identificación inmediata, una empatía
instantánea, una conversación que se vuelve puente construido a lo largo de las
palabras. Desde el principio de la historia, las mujeres se han comunicado entre
sí, inclinadas sobre una fogata, o meciendo la cuna, o cocinando sobre el calor
de una estufa, o escribiendo las líneas de un texto. Al hacerlo, airean sus
problemas y exorcizan sus miedos. Descubren quiénes son y se construyen como
personas a través de las conexiones que forjan. Crean una comunidad de
entendimiento.
El primer libro de Gritos y susurros generó entusiasmo y
energía precisamente porque tejió una comunidad entre quienes lo leyeron, lo
comentaron y lo recomendaron; su éxito demostró que las mujeres de México
necesitan compartir su historia, identificarse con ellas. Este libro avanza el
ejercicio de libertad iniciado con el primer volumen y convoca nuevamente a un
grupo diverso de mujeres –escritoras, actrices, artistas, políticas,
funcionarias, empresarias, chefs, cantantes– a contar sus historias Al igual que
en el volumen anterior, a todas les he pedido que contesten a las siguientes
preguntas: ¿Qué te ha tomado por sorpresa? ¿En qué momentos y frente a qué
circunstancias te has sentido poco preparada? ¿Qué ha constituido un reto
inusual y desconcertante para ti?
A partir de la diferencia, todas escriben
sobre decisiones, elecciones y omisiones que han determinado su destino. Revelan
momentos vitales, describen encrucijadas difíciles, hablan de situaciones
imprescindibles que las llevan a ser quienes son hoy. Mujeres que, como diría
Rosario Castellanos, “se separaron del resto del rebaño e invadieron un terreno
prohibido”. Mujeres que ocupan el espacio público. Mujeres que han rechazado el
anonimato. Mujeres que ejercen la libertad. Mujeres valientes. Mujeres que pagan
el precio de la impopularidad. Mujeres forjadas a golpes de interrupciones e
improvisaciones. Mujeres que rehusaron portarse bien, o ser insignificantes.
Mujeres que no han querido conformarse con versiones de sí mismas que otros han
intentado imponer. Y que ríen y lloran y sufren y se caen como tantas más en
México. Lo que las hace distintivas es la ausencia de resignación ante el
destino dado; más que emular modelos, han creado el propio. Más que aceptar un
molde tradicional, han horneado el suyo a base de la valentía, la creatividad,
la dignidad, la coherencia.
Escriben con sabiduría, con humor, a veces desde
la intimidad, a veces desde el dolor. Unas se perciben fuertes y contundentes; a
otras les invade la duda. Viñeta tras viñeta descubren lo que implica ser una
mujer vital, pionera, dispuesta a tomar riesgos, dispuesta a asumir –con
frecuencia– los costos que entrañan. Revelan así, las vidas escondidas de
mujeres públicas que gozan el amor, padecen la enfermedad, enfrentan la muerte,
viven la discriminación, participan en la política, aman a su país. A lo largo
de sus textos emergen imágenes inolvidables, revelaciones sobrecogedoras: la que
siempre quiso tener hijos pero no pudo, la mujer golpeada por el hombre con el
cual quería compartir la vida, la esposa que sobrevive el secuestro de su
pareja, la hija que no se ha sobrepuesto ante la muerte de sus padres, la
hermana que añora a su hermano ausente, la empresaria formidable sorprendida por
el amor. Las divergencias, las afinidades, las sintonías de sus textos empujan
la frontera de lo posible; de aquello que las mujeres tienen derecho a contar.

Sus textos son aleccionadores y emancipadores. Al leerlas es difícil no
sentirse más fuerte, más capaz, más resistente, más dispuesta a soltar una
carcajada ante la adversidad, en lugar de agachar la cabeza. Las mujeres de este
libro –al igual que sus predecesoras del volumen anterior– contagian las ganas
de vivir en lo que Virginia Woolf llamó “una habitación propia”. Al leerlas se
vuelve fácil reconocer que nos necesitamos las unas a las otras: para compartir
nuestras experiencias, para elaborar nuevas formas de entendimiento, para saber
cómo somos y cuánto nos falta por hacer, para cargar una antorcha e iluminar el
mundo como ellas lo hacen. Este libro es un mensaje de multiplicidad, de
posibilidad.
Como escribe la dramaturga Sabina Berman sobre el primer
volumen: “Disfruto en especial las fotos del libro porque en conjunto me dicen
de una manera rápida lo que después los textos me confirman. Las fotos me hablan
de que existe hoy en día una diversidad abundante de formas de ser mujer. Hay
que hojear algún álbum de fotos de hace 100 años. Aparecen la mujer proletaria,
la prostituta de lujo o de bajos fondos, y la mujer (entre muchas comillas)
“decente”. No más. Trabajadora, puta o decente –es decir: ama de casa–, hace un
siglo no había más modelos para las mujeres, y las mujeres se uniformaban en
cada clase.
Es casi doloroso observar las fotos de Rosario Castellanos, la
poeta, novelista y luchadora social, distraídamente trabajada para parecer
señora decente, es decir señora burguesa. Las cejas depiladísimas, que no
cuadran a sus ojos enormes y saltones, ojos de observadora implacable; los
labios pintados en forma de corazón, háganme el favor, en la cara de una poeta
pesimista; los tacones altos para quien caminaba en los pueblos indígenas en
Chiapas. Da risa, da pena, da rabia imaginarla con esos zancos que son grilletes
de cuero trepando por un camino de piedras, en Chiapas.
¿Qué hacer al ver la
foto de Golda Meier, la primera jefa de Estado mujer, con su bolsita de señora
bien ridículamente colgándole del antebrazo, mientras da un discurso al ejército
israelí? Hay que gritar fashion emergency, fashion emergency al ver a Simone
Weil anoréxica, en los huesos, para no quitarle a nadie espacio a pesar de su
intelecto de genio. O al imaginar a Virginia Woolf, autora de la prosa más
depurada del siglo, tal como la describe su amiga Vita Sackville-West: con falda
y calcetines –y cada calcetín de otro color.
Qué incomodidad la de esas
primeras mujeres de negocios o pioneras en la función pública que resolvieron la
bronca de ser activas en el mundo y ser mujeres ajustándose al traje masculino.
Sólo les falta la corbata y bajo el saco con hombreras les sobra la redondez de
los senos: incomodidad que transparenta la de su alma. Las mujeres de Gritos y
susurros en cambio ya se ven cómodas en su aspecto. Es una generación que ha
integrado ya su estar activas en el mundo público con su identidad de mujeres. Y
representan un abanico amplio de modelos. Algunas son, de hecho, las acuñadoras
en nuestro país de algunos de los nuevos moldes para “ser mujer”.
Sabina
Berman también sugirió que, inadvertidamente, Gritos y susurros se ha convertido
en un catálogo de diversas formas de ser mujer a principios del siglo XXI. Un
catálogo no exhaustivo, pero suficiente para abrir muchas cabezas, sacudir
algunas conciencias, ensanchar el tamaño de la libertad para las mujeres. Y para
ayudarlas a conquistar el derecho de “convertirse en lo que se es”, como exhortó
Rosario Castellanos. Una persona que se elige a sí misma. Que derriba las
paredes de su celda. Que estremece los cimientos de lo establecido. Que alza la
voz contra el país en el cual demasiadas mujeres han sido educadas para tan sólo
susurrar. Que aspira a hacer realidad –con libros como éste– una verdadera
República donde los hombres tienen sus derechos y nada más; donde las mujeres
tienen sus derechos y nada menos. Que logra la realización de lo auténtico.
Mujer y cerebro. Mujer y corazón. Mujer y madre. Mujer y esposa. Mujer y
profesionista. Mujer y ciudadana. Mujer y ser humano. Mujer como cualquiera de
mis 39 admirables colaboradoras.