lunes, 30 de noviembre de 2009

LIMPIEZA SOCIAL A LA MEXICANA

Lydia Cacho

Un sociólogo de la Universidad de Chihuahua, 13 amas de casa que estaban en “el lugar equivocado”, 27 jóvenes que no hicieron nada más que tener el cabello corto y escuchar narcocorridos en su mp3, 43 empleados de clase media asesinados, 18 jóvenes puestos contra el paredón y masacrados con AK-47 en un centro para rehabilitación de adicciones. Un reportero aquí, una reportera allá son lo que el presidente Calderón llama daños colaterales de guerra.

Desde hace casi tres años han sido asesinadas en México 15 mil personas; adicionalmente, los conteos de hombres y mujeres desaparecidos van de 3 mil a 5 mil. Durante esta guerra han perdido la vida 725 policías y soldados, lo que nos deja con 14 mil 275 civiles entre los cuales nadie puede identificar con claridad cuántos son criminales y cuántas son personas que incomodaron a las fuerzas del orden.

En América Latina tenemos una historia de la eliminación de grupos sociales considerados indeseables, sin valor social o peligrosos por ser o parecer criminales: jóvenes con adicciones, mujeres de delincuentes, familiares de sospechosos. La limpieza social sólo puede darse en un ambiente autoritario que se niega al diálogo y en el cual no opera un sistema de justicia transparente. La autoridad nos ha dicho que los miles de muertes son producto de malos matando malos y buenos matando malos. Una simplificación muy peligrosa.

Según la organización Irak Body Count (IBC) en Irak, con minas unipersonales, bombas, misiles, metralletas, tanques y millares de soldados, han muerto 12 mil 96 personas al año en ese país invadido. Gustavo de Greiff Restrepo, el ex fiscal antidrogas de Colombia, responsable de la guerra antinarco, declaró que durante toda la guerra hubo 2 mil muertos civiles; 200 narcotraficantes muertos; tres líderes de cárteles; más de 200 narcos en la cárcel y más de 2 mil personas encarceladas relacionadas con el narco. Ahora dice que fue inútil.

Estamos ante una masacre mexicana que se oculta bajo un discurso guerrero que una parte de la sociedad y el Estado han asumido como propio, tal como sucedió en Guatemala y en Colombia. Años después, los paramilitares que admitieron haber asesinado jóvenes adictos y a defensores sociales como parte de la guerra contra el narco quedaron intocados por la justicia.

La opinión pública, amedrentada y harta de la violencia e inseguridad, se vuelve hostil e irresponsable y avala el asesinato como método de justicia expedita. Diga lo que diga Calderón, la inoperancia del sistema de justicia penal ha prohijado una limpieza social operada por militares, policías, políticos y empresarios.

Deshumanizar al delincuente como “enemigo” predispone a la sociedad para aceptar la aniquilación y el asesinato sin cuestionar, sin exigir transparencia y rendición de cuentas. Esta es claramente una guerra por el poder, entre poderes, no una batalla por la justicia y la paz social.

Calderón declaró el sábado que “el mayor reto es imponer la ley en el país”. Eso resulta éticamente insostenible mientras tengamos 15 mil asesinatos sin investigar bajo la coartada oficial de que eran “malos”. Hoy sabemos que muchas personas inocentes han muerto, por eso resulta inaceptable asumir que imponer la ley es discriminar a las y los mexicanos entre “buenos” y “malos”. ¿Quién y cómo lo deciden?

lunes, 23 de noviembre de 2009

LA IMPUNIDAD COMO ESTRATEGIA POLITICA

JULIO SCHERER IBARRA
La corrupción en México crece sin freno de gobierno en gobierno, en binomio con la impunidad. Ambas, corrupción e impunidad, son causa y efecto en sí mismas y son utilizadas para gobernar de acuerdo a los intereses de grupo. A partir de un riguroso análisis jurídico, el abogado Julio Scherer Ibarra explora este fenómeno, que es ya una estrategia consustancial al quehacer público nacional, en el libro Impunidad. La quiebra de la ley. Y ofrece cuatro ejemplos emblemáticos de corrupción impune: el enriquecimiento inexplicable de Arturo Montiel; el conflicto de intereses de Juan Camilo Mouriño; las irregularidades dolosas en la investigación del caso Zhenli Ye Gon, y los actos ilícitos de César Nava a su paso por el jurídico de Pemex. De la obra, que empezará a circular en días próximos bajo el sello de Grijalbo, adelantamos aquí la Introducción y las Consideraciones finales.

Introducción
Se dice de la estrategia que es el arte de dirigir. Se dirige un ejército, se dirige un partido; a los estrategas se les enco­mienda un proyecto para destrabar una situación crítica y a ellos se recurre para levantarse en una contienda cerrada.
No fue coincidencia que los estrategas de este tiempo azul y los del tiempo tricolor diseñaran la misma política para asegurar a un grupo en el poder. El pensamiento de los estrategas de uno y otro bando ha sido claro y preciso: el poder se conserva gracias a la impunidad.
El poder sin contrapeso hace doblemente fuertes a los fuertes. Hay que eliminar a la autoridad que busque con­senso. Lo que cuenta es el poder sin ambages, la arbitrarie­dad en toda su crudeza. El que tiene el poder manda. El que manda predomina. El que predomina impone sus normas a la sociedad.
Así se plantea el principio, después viene la praxis. En los hechos, en la aguerrida lucha de todos los días, ¿cómo hacer de la impunidad un baluarte? Los estrategas saben de eso y discurren con acierto. Así, imaginan una fortaleza, un búnker. En su interior viven y batallan los hombres y mujeres fieles a una creencia, a un modo de hacer política. Seamos impunes, discurren, vivamos por encima de la ley. De esta manera, la impunidad termina en casta, grupo encerrado en sí mismo que gobierna conforme a sus designios. Los impunes, por naturaleza propia, terminan conduciéndose como si fueran inocentes, ajenos a toda perversión política. Como impunes que se piensan, para ellos la ley no existe. En estas condiciones, paradójicamente, la norma actúa contra los débiles, los no impunes, los que comparecen ante la ley y sus jueces, si así lo determinan los personajes del poder.
En la inteligencia de los estrategas queda un punto por resolver: más allá de los avatares que la vida trae consigo, ¿cómo predominar a despecho de los años y las circunstancias de ese misterio que es el destino? Para todo tienen respuesta: importará que al búnker no penetre un solo extraño. Ahí está el secreto. Un caballo de Troya en la fortaleza de la impunidad haría impensable este proyecto y sus consecuencias, el poder efímero que, como tal, de poco sirve. Se trata no solamente de alargar el tiempo y hacer política en función de sus diarias contradicciones, sino de “mandar” con los ojos puestos en los sexenios posteriores. Un sexenio representaría apenas un suspiro; dos, ya sería una larga respiración; tres, la existencia con su vasto horizonte, el largo futuro que permite soñar.
Para los de afuera, los no impunes, aquéllos para los que las leyes sí existen, quedan las expectativas y los persistentes enfrentamientos con los discursos del poder y las manifestaciones de la fuerza, siempre al acecho para evitar cualquier tropiezo que pudiera dar al traste con los sueños de grandeza.
Todo lo que aquí decimos origina graves consecuencias para la sana convivencia, resumidas en una frase: el paulatino derrumbe del Estado de derecho. De la ley abatida nacen muchas desgracias y de la denegación de la justicia nacen los crímenes, el sufrimiento que trae consigo una sociedad descreída que se encoge y rebela, se rebela y encoge hasta que un día, en la fatiga ya cercana a la desesperación, o en la desesperación, grita: basta.
Vicente Fox dio cuerpo y forma a la impunidad flagrante. Sólo el derroche al que le llevó la megabiblioteca daría materia para recordar ese ejemplo de la sinrazón, tributo a la vanidad que privó a la nación de proyectos culturales armados larga y amorosamente. Su relación con Marta Sahagún hizo de uno y de otra la pareja indigna, que figurará en la historia de la megalomanía. De este modo se declararon dueños del futuro de México. En seis años discurriría el primer sexenio azul para Fox, el hombre; luego vendrían otros seis para Marta, la mujer .
Felipe Calderón pisa terrenos peligrosos y ya va por ahí, por la ruta de Fox, en pasos mal calculados que pudieran llevarlo a una caída de la que ya no sea posible reponerse. La complicidad con su antecesor se da sin ocultamientos y tiñe a la relación de un cinismo que agravia. La Contraloría de la Federación se encomendó en sus orígenes a Germán Martínez Cázares; hoy es claro que fue sólo una maniobra que culminaría con la exaltación de Martínez como presidente del Partido Acción Nacional (PAN).
Los impunes se comportan como inocentes. Son la ley y la ley no castiga a los de arriba, a los grandes, a los conductores. En el búnker todo se arregla entre correligionarios. En el interior de la fortaleza sólo hay fieles a Dumas: uno para todos y todos para uno.
La vida se da en la pareja, siempre dos, y la impunidad reclama su álter ego, única manera de construir el diálogo político, la palabra de dos que ya no pueden separarse. Ese otro yo es el receptor cómplice, perfecto. Así, la corrupción hermana y promueve la impunidad; al final ambas son causa y efecto en sí mismas. Se buscan, se necesitan y terminan por ser iguales. Un impune es un corrupto por su propia naturaleza, sucia la sangre que lo recorre.
La guerra contra el narcotráfico es hoy ejemplo de la impunidad y la corrupción que se acompañan. El licenciado Felipe Calderón, al iniciar su sexenio, anunció una batalla contra ese cáncer como su meta más ambiciosa. Con buen ánimo, los discursos sobre el tema pudieron haber sido intachables en teoría, pero ciertamente no se reflejaron en la realidad. Se ha visto que la lucha crucial contra el narcotráfico no puede acontecer sin una guerra de proporciones parecidas contra la corrupción. Qué bien que el jefe del Ejecutivo porte las insignias de general en jefe de las Fuerzas Armadas, pero qué mal que las nobles insignias no las luzca a la hora de castigar a la cauda de funcionarios sin una hoja impecable en el ejercicio de sus cargos. Germán Martínez es ejemplo nítido: incumplió en la Secretaría de la Función Pública (SFP) y difícilmente pudo cumplir al frente del partido en el poder.
La alianza entre los ejecutivos panistas Fox y Calderón es una prueba de la corrupción interna que priva en las filas azules. Vicente Fox y Marta Sahagún nos aturdieron con su megalomanía y estulticia. Desde tiempos de Echeverría no se tenía noticia de un mandatario al que públicamente se le llamara tonto e ignorante. Dijo Fox, en símil insuperable, que él se guiaba por las estrellas, que en ellas leía sus deberes para con la patria. El canto a la incultura lo acompañó siempre, día con día, hasta hacer de su sexenio un malhadado periodo de ocurrencias de mal gusto y frivolidades sin fin.
No obstante, es preciso reconocerlo, en la mentalidad de Fox cabía cierta congruencia: es más fácil leer en las estrellas que enterarse de sus deberes en los textos de la Constitución. La lectura en las estrellas se da sin esfuerzo. Basta cerrar los ojos o abrirlos. La lectura de la ley exige esfuerzo, carácter, voluntad de saber.
Casos mucho menores, pero irritantes hasta la desmesura, están representados por dos gobernadores insignes en su impudicia y atropello a la civilidad. Se trata de los mandatarios de Puebla y Oaxaca. El desprecio público los sigue, y la impunidad es su fortaleza. No cohabitan los panistas en el interior de esos regímenes priistas, pero no hay duda de que los gobernadores citados han establecido comunicación con el búnker azul. De otra manera no es posible explicarse la permanencia de ese par de sujetos en los cargos que ocupan para desgracia de sus estados.
Frustra en grado sumo que los poderes Legislativo y Judicial no hayan hecho valer sus atribuciones para discutir y sancionar el comportamiento de Mario Marín y Ulises Ruiz. Otro tanto debería esperarse del Ejecutivo federal. En este último caso podría pensarse que el asunto no es de su competencia, pero eso llevaría a contradicciones, pues frente al escándalo de Zhenli Ye Gon el Ejecutivo sí actuó.
Cuanto decimos acerca de la impunidad lo sabe de sobra el licenciado Felipe Calderón. Cabe recordar que en una conferencia de prensa, celebrada en Estados Unidos a finales de abril de 2008, declaró que la impunidad representa un hecho doloroso para la sociedad mexicana Asimismo, admitió que estamos lejos del principio en que descansa la justicia, que ha de ser pronta, expedita; no lenta y tortuosa, como la padecemos.
En esta historia alrededor del panismo y de sus hombres sobresalientes el día de hoy, Vicente Fox y Felipe Calderón, no hay manera de pasar por alto las tribulaciones de la elección de 2006, plagada de irregularidades e ilícitos que se han abierto paso hasta dejar una constancia cierta en el ánimo público. Muchos la llaman “guerra sucia”, que se traduce, sin duda, como “elección sucia”.
La impunidad y la corrupción, binomio funesto, maltra­tan al país en su mero corazón. Urge atender ese corazón como a ningún otro órgano del cuerpo social.

Consideraciones finales
El horizonte de la impunidad en México es, desafortunadamente, amplísimo. Esa pasmosa realidad, construida día a día, a lo largo de mucho tiempo, es vasta y parece no tener fin.
Cuando nos propusimos hacer un trabajo cuyo tema fuera la impunidad, se pensó ir de lo general a lo particular; del análisis de lo que se entiende por impunidad en términos culturales, legales; del examen de la manera en que ésta se ha desarrollado y los efectos que produce en nuestra sociedad y en nuestra concepción del mundo, hasta la revisión de casos concretos que ejemplifican sus diversas formas.
Conforme analizamos la información relacionada con los cuatro ejemplos expuestos, advertimos que lo particular superó a lo general. Los matices, las formas para encubrir las conductas ilegales son tantos y tan sofisticados, que cada caso específico deja de ser un mero ejemplo, un simple caso, para convertirse en un modelo de cómo eludir responsabilidades.
La práctica supera a la teoría, y nos damos cuenta de que aún nos falta mucho por saber del tema. La ejecución de la “estrategia impunidad” está rebasando lo que la estructura del Estado puede soportar. Un caso de impunidad es una afrenta grave. Una estrategia de impunidad lo corroe todo.
No castigar los ilícitos cometidos agravia en el presente, deja un daño en el pasado y permite el surgimiento de circunstancias para nuevos delitos en el futuro. Tolerar el mal comportamiento es consentir, previamente, el acto indebido. Con la “política” de impunidad que han adoptado los grupos que detentan el poder, están fomentando las condiciones ideales para los próximos ataques al Estado. El impune ha dejado de ser un simple caso aislado. Se ha convertido en un modelo, en un prototipo, en una manera de ser. ¿Cómo pretendemos que las cosas cambien y mejoren, si los que deben ser ejemplo de ese cambio y de esa mejoría no lo hacen?
El panorama es sombrío. Muchas son las personas, muchos los grupos que protegen a los Arturo Montiel, a los Mouriño, a los César Nava. Muchos saldrán en su defensa. ¿Los argumentos para exculparlos? Insuficiencia de pruebas; defectos de procedimiento; tecnicismos legales; presunción de inocencia. Aplicación estricta del Estado de derecho, en todo lo que beneficie al infractor; estricto apego a la ley, interpretada como mejor convenga.
Hablar de impunidad es una terquedad, porque ella habla de sí misma todos los días. Sin embargo su tono es tan constante que tristemente ya nos acostumbramos a ella.
Denunciarla ante las autoridades competentes para investigar es algo tortuoso, laberíntico. De entre los pasajes surge, impetuoso, el Minotauro, el sistema que nos devora. La impunidad sólo desaparecería si se desvanecieran los grupos de poder, si se disolvieran los intereses particulares de quienes nos gobiernan. Frente al poder político y el dinero, la moral se derrumba, anacrónica e inútil.

RAZONES PARA LA RECHIFLA

áLVARO DELGADO
MEXICO, DF, 16 de noviembre (apro).- Si Felipe Calderón quiere encontrar una de las profusas razones para el repudio en forma de rechifla masiva que recibió la noche del miércoles 11, en la inauguración del estadio del equipo Santos --y que marca el fin de su aventura tan costosa para México--, sólo tiene que ordenar a uno de sus ujieres que le entregue copia del más reciente dato del desempleo en el país.



Sólo entonces Calderón podría enterarse que casi tres millones de mexicanos no tuvieron trabajo en los meses de julio, agosto y septiembre, un millón 15 mil 317 más que en el mismo periodo del año pasado, y que equivale a 6.2% de la Población Económicamente Activa (PEA).

Un dato para el contraste: En septiembre, la tasa de desocupación nacional alcanzó el 6.41% de la PEA, que fue el registro mensual más alto desde el colapso económico de 1995, cuando Calderón acusó a Ernesto Zedillo de haber dejado sin empleo a más de un millón 200 mil mexicanos.

Pero Calderón ha superado a Zedillo: Si el año pasado México acabó con 1 millón 900 mil personas en el desempleo absoluto, para septiembre de este año la cifra rondaba los tres millones, es decir, en 10 meses se agregaron más de un millón de personas al desempleo absoluto. Hubo, en promedio, una pérdida de 100 mil empleos por mes.

Estas cifras, reportados dos días después de la rechifla a Calderón por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el viernes 13, se suman a otras igualmente escalofriantes: La desaparición de 194 mil empresas o negocios en solo un año.

Es preciso aclarar que estos datos, correspondientes al tercer trimestre del año, no incluyen el despido, por decisión de Calderón, de 44 mil trabajadores de la empresa Luz y Fuerza del Centro, y obviamente tampoco registran ni una sola de las prometidas recontrataciones en la Comisión Federal de Electricidad (CFE) ofrecidas también por ese individuo y Javier Lozano, su golpeador.

De hecho, justo el estado donde Calderón recibió la rechifla, Coahuila, ocupa el segundo lugar en desempleo en el país, sólo detrás de Chihuahua, que, en contraste, se ubica en el primer lugar en asesinatos y es el emblema del fracaso de la "guerra" contra el crimen organizado.

Ante datos tan contundentes, cualquier gobernante con sensibilidad política tendría que pedir perdón y, con vergüenza por su ineptitud, presentar su renuncia para no seguir dañando a la nación.

Porque, justo a la mitad del gobierno del que se hizo a la mala, ¿qué tiene Calderón para ofrecer a los mexicanos? Salvo la represión, nada.

Gracias a él, a la coalición PRI-PAN, al Partido Verde y al Panal de Elba Esther Gordillo, los que mexicanos que trabajamos afrontamos, en 2010, una ecuación atroz: Ganaremos menos y pagaremos más.

Tal panorama es independiente a los arrebatos de Calderón contra el empresariado que lo impuso ilegalmente en el cargo, cuyos jerarcas le transmiten su desprecio por medio de sus voceros y lo dejan solo en sus inofensivas invectivas.

Vale la pena levantar un monumento al lugar común: Lo que mal comienza, mal acaba.

Y esto ya se acabó.



Apuntes



No extraña la postura de los jerarcas de la Iglesia católica en México, incluyendo el nuncio apostólico, Christopher Pierre: Si a Miguel Hidalgo lo excomulgaron por portar el estandarte de la Virgen de Guadalupe al iniciar la lucha de Independencia, con mayor razón queda proscrito para los trabajadores de una empresa que el gobierno decidió liquidar por razones casi divinas, a juzgar por la propaganda que ahora incluye llamadas a los domicilios particulares de los mexicanos. Por cierto, una pregunta para los jilgueros --que también se transforman en jauría-- de Calderón que suelen saturar las cuentas de correo electrónico con propaganda: ¿Qué ofrece este individuo para el 2010?...

LA MUERTE TIENE PERMISO EN CHIHUAHUA



Antonio González Díaz

23/11/2009

El secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, atribuyó la ola de violencia por la que actualmente atraviesa Ciudad Juárez, Chihuahua, a “la apertura que le dieron algunos sectores sociales a los negocios lícitos del crimen organizado”. No cabe duda que el secretario sólo abre la boca para decir estupideces. Nuevamente Gómex Punk lanza una de sus frases célebres sin tener conocimiento de causa, como su famoso “aquí los esperamos, métanse con la autoridad” que vociferó en Morelia contra “La Familia Michoacana”.

Las afirmaciones del secretario de Gobernación lastiman a la sociedad juarense que se parte el lomo diariamente para tratar de vivir dignamente con el producto de su trabajo honesto, lícito.

“La sociedad se dio cuenta de que había abierto las puertas a personas que hoy amenazan sus propios hogares” afirmó Gómex Punk. Pero no sabe que a la sociedad juarense no le quedó de otra ante la inacción de sus autoridades, ante el descuido de sus munícipes y gobernadores, ante la corrupción de sus cuerpos policíacos, dirigidos por el PAN y el PRI, que no se nos olvide.

A la sociedad juarense la acorralaron los grupos delictivos, porque no hubo, había, ni hay de otra.

Y aquí impera la ley de “los malos”, y en el fuego cruzado de las tres “pandillas” que se pelean el poder, es decir, los dos grupos delictivos y las propias autoridades, se encuentra la sociedad no sólo juarense sino de todo Chihuahua.

Gómex Punk debió atribuir la ola de violencia por la que actualmente atraviesa Juárez a la apertura que le dieron, no sólo los sectores sociales, sino también los políticos, policiacos y judiciales, tanto municipales, como estatales y federales, al crimen organizado.

Ahora, en un acto golondrino, adelantan ante medios extranjeros que vendrán a Ciudad Juárez a recomponer el tejido social, como lo hicieron hace años en la administración del Presidente Vicente Fox, cuando vinieron en helicópteros con bombo y platillo; cuando el otrora Secretario de Gobernación Santiago Creel presentó el plan de 30 puntos para resarcir ese famoso tejido social.

Vinieron y presentaron una Fiscalía Especial y una Comisión para prevenir y erradicar la violencia contra las mujeres. Y no pudieron hacer nada. No quisieron hacer nada.

Aquí la sociedad sigue igual o peor, las mujeres siguen siendo asesinadas y las expectativas de vida siguen siendo la misma porquería.

Ni Ciudad Juárez ni Chihuahua admiten una mentira más, ni Ciudad Juárez, ni Chihuahua, ni sus ciudadanos honestos, ni sus niños aún con pocas ilusiones aguantan otra promesa más. Qué le pueden decir a aquellos que se enfrentan con la muerte en sus calles, a quienes ven la sangre en sus paredes y escuchan las detonaciones a un lado de sus ventanas, o aquellos que han caído en el fuego cruzado.

A ninguno de ellos les podemos decir que fueron ellos mismos quienes desataron esta ola de violencia que sufren y que viven a cada instante. A ellos no les podemos decir eso. Por decencia, por honestidad y por un acto de sinceridad no les podemos mentir.

Mientras que por un lado se desgarran las vestiduras por la creación de “brigadas blancas” en San Pedro Garza García, Nuevo León, y se afirma que la ley no puede tomarse por la propia mano, en Nuevo Casas Grandes y la comunidad LeBarón de Chihuahua, el propio Ejército recomendó a la comunidad armarse e instruirse en el uso de armamento. Hasta se recomendó formar clubes de cacería para poder portar armas de mayor calibre. Y las consecuencias ya se vivieron luego de la ejecución de un grupo de militares que irrumpió en la comunidad mormona.

La muerte tiene permiso en Chihuahua, mientras que en el resto del país está mal visto. Total, la sociedad tiene la culpa pues, a decir de los golondrinos rijosos, fueron sus miembros quienes abrieron la puerta a la delincuencia.

Ciudad Juárez tuvo la culpa de la muerte de sus mujeres, por lo “provocador” de su vestimenta y las costumbres que adoptaron que “formaban un sentimiento de desprecio hacia ellas por parte de los hombres”.

Ahora también quieren llegar a decir que la sociedad tiene la culpa de lo que pasa. No, no, no. Ahora si no toleraremos que nos quieran engañar. No señores, no aceptaremos que se vengan a lavar las manos aquí mismo. Ni la gente de Juárez, ni la gente de Chihuahua vendieron la plaza. Fueron ustedes quienes les dieron el empujón a este abismo del cual aun no hallan el fondo. Fueron ustedes quienes se corrompieron ante el crimen organizado y en su afán por hacerse de más y más dinero y poder empinaron a todos los que viven en ese desierto de esperanza.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

¡¡AYYYY FRONTERA NO TE RAJES!!


CARLOS MONSIVáIS
Libreros y editores de México celebran cada año, el 12 de noviembre, el Día Nacional del Libro, cuyo objetivo primordial es promover el hábito de la buena lectura. Con ese motivo publican, desde 1980, un volumen que distribuyen masivamente de forma gratuita. En aquel año regalaron las Obras escogidas de Sor Juana Inés de la Cruz; el año pasado, fue seleccionado De noche vienes, de Elena Poniatowska. Para la celebración de 2009 escogieron la versión actualizada de Los mil y un velorios / Crónica de la nota roja en México, de Carlos Monsiváis, de la cual obsequiarán 50 mil ejemplares. Fuimos autorizados para adelantar en Proceso fragmentos del capítulo XV.
En este paisaje, la transformación del corrido es fundamental. Al corrido, un género musical, épico y político de principios del siglo XX, se le cree extinguido, sólo apto para rememorar a Zapata y Pancho Villa. De pronto, en la década de 1970 el corrido vuelve con persuasión y clientela. El Norte de México se afilia a la canción que transmite hazañas (lo que su público califica de hazañas), y se fortalecen los grupos que, desde su aspecto, irremisiblemente “norteño”, se identifican con sus oyentes. Cantar la vida y muerte de un narco no es celebrar a un bandolero social, sino precisar lo innegable: los otros intérpretes del corrido, sus personajes, los que se desgañitan en los pick-ups, norman su conducta queriendo ser o evitando ser celebrados y sentenciados por grupos como Los Tucanes de Tijuana y muchísimos más, que una y otra vez insisten en su “filosofía de la vida”. Una célebre canción colombiana de Darío Gómez, muy apreciada por los narcos, se llama “Nadie es eterno”, y en el entierro de Pablo Escobar Gaviria, y de muchos otros traficantes en México y en Colombia, se canta “El Rey”, del mexicano José Alfredo Jiménez, con un inicio a su modo épico: “Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera, sé que tendrás que llorar”.
Pacas de a kilo
Como en los buenos tiempos de la Revolución, el Norte mexicano patrocina la transmisión de hechos de sangre y multiplica a los grupos que, desde lo “irremisiblemente norteño” de sus atavíos, se identifican con los oyentes que los incorporan a su “sentimiento histórico” y muy probablemente a su patrimonio sentimental.
Los cantores de las jactancias del narco no reivindican nada, se limitan a anticipar lo innegable: los seguidores del corrido no quieren ser sus protagonistas, porque así como los ven de pobres, la vida es su mayor querencia, detestan el valor suicida, y repudian los rastros de muerte… Y con todo, y de esto hay numerosas constancias, tampoco excomulgan al antihéroe, más bien observan con celo regional y laboral a los exceptuados provisionalmente del destino de los pobres. Y los testigos de cargo o descargo entonan: “Por causa de la amapola, las tremendas metralletas”.
¿Hay en los narcocorridos apología del delito y la delincuencia? Lo más conocido no es estrictamente ditirámbico, sino la recordación funeraria de aquellos que con tal de subrayar su mínima o máxima importancia desafían a la ley y no se inmutan a la hora de disminuir brutalmente la demografía. En Jefe de Jefes. Corridos y narcocultura en México, de Juan Manuel Valenzuela, se cita un corrido de Los Rojos, “Mi último contrabando”, que describe la metamorfosis: ha vivido pobre, muere en la respetabilidad del derroche:
Quiero cuando muera,
escuchen ustedes,
así es mi gusto y mi modo,
mi caja más fina y yo bien vestido,
y con mis alhajas de oro,
en mi mano derecha un cuerno de chivo
en la otra un kilo de polvo.
Mi bota texana y botas de avestruz,
y mi cinturón piteado todo bien vaquero,
y con gran alipús,
un chaleco de venado
para que San Pedro le diga a San Juan:
“Ahí viene un toro pesado”.
Adornen mi tumba entera
con goma y ramas de mota
y quiero, si se pudiera,
que me entierren con mi troca
para que vean que la tierra
no se tragó cualquier cosa…
Los autores de los corridos de la Revolución se formaron en la rima y la acústica del romanticismo, y poseían cierto don metafórico; los compositores y letristas de los narcocorridos no suelen disponer de los mínimos requerimientos técnicos, no pretenden la rima y –más o menos– las metáforas los tienen sin cuidado. Lo sepan o no, su perspectiva es sociológica, nada de “Despedida no les doy, / porque no la traigo aquí, / se la dejé al Santo Niño / y al Señor de Mapimí. / Se la dejé al Santo Niño / pa que te acuerdes de mí”. En los narcocorridos, la despedidera, tan esencial en el género, es un lugar común que rastrea en la poesía popular el sitio de los epitafios vanidosos. El narco quiere un lugar en el infierno. El grupo Los Tucanes de Tijuana, muy popular, canta “El puño de polvo”:
Cuando me muera no quiero
llevarme un puño de tierra,
échenme un puño de polvo
y una caja de botellas,
pero que sean de Buchanan’s
y el polvito que sea de reina…
Cuando esté en el más allá
procuraré a mis amigos,
para invitarles a todos
un agradable suspiro,
y haremos una pachanga
pa que nos cante Chalino.
¿A qué distancia se está de José Alfredo Jiménez y su “cuántas luces dejaste encendidas, / yo no sé cómo voy a apagarlas”? La despedida de los narcocorridos se olvida de “la brega de eternidad” y se atiene a la praxis:
Adiós pistolas famosas,
también bar “El Navegante”,
tú presenciaste la muerte
del mentado comandante,
si no pueden ni se pongan
con un narcotraficante.
(Corrido “Los dos rivales”, Grupo Exterminador.)
La Banda del Carro Rojo
En el marco del narcotráfico, las canciones se vuelven el horizonte utópico que impone el culto del relajo. Así, la Onda Grupera celebra el auge y el ocaso y la resurrección musical de los mariguaneros, y desde su aspecto, irremisiblemente “norteño”, los gruperos son uno y lo mismo con los oyentes. Salieron de San Isidro cargados de yerba mala, y los casettes son la otra trepidación “ideológica y literaria” en carreteras y fondas y restaurantes que parecen fondas y cabaretuchos donde los numerosos Emilios Varelas de los corridos oyen las peripecias de sus semejantes, que van de los sembradíos “heterodoxos” a la sorpresa ante la llegada de los federales. Esto revitaliza al corrido, cantar de gesta a su manera, género que se creía extinguido o sólo apto para los aniversarios de Villa y Heraclio Bernal, y que en la década de 1980 se consigue clientela fidelísima. El Norte mexicano patrocina las canciones que transmiten proezas (lo que su público califica de proezas). Véase parte de la letra de un corrido paradigmático:
Me gusta andar por la sierra,
me crié entre los matorrales,
allí aprendí a hacer las cuentas
nomás contando costales.
Me gusta burlar las redes
Que tienden los federales.
Muy pegadito a la sierra
tengo un rancho ganadero,
ganado sin garrapatas
que llevo pa’l extranjero.
¡Qué chulas se ven mis pacas
con colitas de borrego!
Los amigos de mi padre
me admiran y me respetan,
y en dos y trescientos metros
levanto las avionetas.
Me dicen el Tres Calibres,
manejo las metralletas…
(De “Pacas de a kilo” de Teodoro Bello, interpretado, entre otros grupos, por Los Tigres del Norte.)
¿Hay en los corridos apología del delito y la delincuencia? Más bien son formas de la nota roja, recordaciones irónicas y funerarias de los que, para abrirse paso hasta el palacete que les toque, violan la ley y disminuyen en lo que pueden el crecimiento demográfico. “Por causa de la amapola, las tremendas metralletas”.
Más vale impune y rico que pobre y encajuelado
Si eres pobre te humilla la gente.
Si eres rico te tratan muy bien.
Un amigo se metió a la mafia
porque pobre ya no quiso ser.
Ahora tiene costales de sobra,
por costales le pagaban al mes.
Todos le dicen El Centenarco
por la joya que brilla en su pecho.
Ahora todos lo ven diferente,
se acabaron todos sus desprecios.
¿Es la antiépica un género? En el narcocorrido no se insinúan siquiera los sentimientos de la epopeya, ni juego literario que permita hablar de lírica. Ningún narco es capaz de hazañas y lo suyo es la disminución salvaje del valor de la vida humana, completada con la exhibición del mayor dispendio como última voluntad del condenado. No hay para los narcos la retirada de los Diez Mil o la Toma de Torreón o la burla de la Expedición Punitiva del ejército norteamericano contra Pancho Villa (“¿Qué se creían esos americanos? / Que combatir era un baile de carquís. / Con la cara abierta de vergüenza / se regresaron corriendo a su país”). No se registra tampoco el “porque matar un compadre / es ofender al Eterno”. Lo que otorga el tono estrictamente sociológico al narcocorrido es su sinceridad autobiográfica, la de los testigos participantes que le dan la información básica a los rápsodas de sus vidas y muertes inminentes. Cantan Los Rayos el corrido “Negocios prohibidos”:
Me gusta la vida recia,
si así ya soy,
es herencia de mi padre
que estos bisnes me enseñó.
Me sobran billetes verdes,
También viejas de a montón.
Y cantan Las Voces del Pacífico “El Corrido de la Pacific”:
Si alegres van escuchando
toda clase de canciones,
mi admiración a sus carros
y también las tradiciones
de esas preciosas modelos
que traen llenas de pasiones.
Más que celebración del delito, los narcocorridos difunden la ilusión de las sociedades donde los pobres tienen derecho a las oportunidades delincuenciales de Los de Arriba. En la leyenda ahora tradicional, los pobres, que en otras circunstancias no pasarían de manejar un elevador, desafían la ley de modo incesante. El sentido profundo de los corridos es dar cuenta de aquellos que por vías delictivas alcanzan las alturas del presidente de un banco, de un dirigente industrial, de un gobernador, de un cacique regional felicitado por el Presidente de la República. Al ya no inventar personajes de todos llorados, los narcocorridos relatan de modo escueto la suerte de compadres, hermanos o primos. Para ellos, ya fenecidos o que al rato bien pueden morirse, aquí les va la despedida. ¡Qué joda! Ni en el delito dejan de existir las clases sociales. La impunidad es el manto invisible de los que, al frente de sus atropellos y designios delincuenciales, todavía exigen prestigio y honores.
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Hasta hace poco, se veía con indiferencia o como parte de la picaresca inevitable a los narcocorridos. Las matanzas diarias que desde 2007 por lo menos devastan el país, muy especialmente la Frontera Norte, las estadísticas funerarias en Tijuana, Ciudad Juárez, Culiacán y Chihuahua, modifican la impresión de los narcocorridos. Son ya historia los mariguaneros que querían ser simplemente trabajadores de mercancía prohibida; ahora el narcotráfico es la amenaza más despiadada que se ha conocido. (La desigualdad no es una amenaza, sino una realidad monstruosa desde siempre.) Los casi sesenta asesinados en Tijuana a lo largo de cinco días son uno de tantos hechos que aniquilan la noción folclórica del narco pobre que vive y muere en la ignorancia de su destino. Los narcocorridos se van desvaneciendo porque ya razón de ser se volvió la realidad que no admite el sentido del humor. Conviene, oh folcloristas, disponer su entierro y la sepultura legendaria de Camelia la Texana y Emilio Varela.
“¿A que no sabes quién salió en la nota roja?”
“El pueblo mexicano –escribió célebremente Carlos Pellicer– tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor por las flores”. Sin afán de contradecirlo, si el amor por las flores prosigue, ya vuelto preocupación ecológica, el gusto por la muerte, si alguna vez existió, se diluye en medio del diluvio informativo: asesinatos, robos, secuestros, asaltos, familias que son nidos de escorpiones, obispos asesinados en la confusión de los aeropuertos, crímenes de la pasión gélida. La televisión, al censurarla, le quita a la nota roja su condición nacional y la deja librada a los reportajes amarillistas, los comentarios locales y regionales, la espectacularidad que no deje duda. Ya sólo en casos excepcionales la nota roja será de nuevo el eje de las conversaciones, la fuente de la ejemplaridad negativa, el punto de arranque de una “estética” de la desmesura, pero siempre la naturaleza humana (en este contexto el otro nombre de lo imprevisto o de lo calculado con resultados funerarios) se las arreglará para no dejar que agonice un género que, de la pequeña historia de Caín y Abel al escándalo de la Banca Ambrosiana, se las ha ingeniado para entretener, asustar, aleccionar. Siempre, a la vista de una tragedia, alguien dirá: “¡Oh muerte! ¿dónde está tu aguijón?, ¿y dónde, oh sepulcro, tu victoria?”.
Del “levantón” de algunas hipótesis sobre el narco
Las fotos y las escenas televisivas sí honraron la frase “darle la vuelta al mundo”. Policías y soldados protegen a los niños de un colegio de Tijuana que oyen los disparos intensos a un par de cuadras, en otro de los enfrentamientos del crimen organizado y las autoridades todavía confundidas. En 2008, otro año de gracia y desgracia, el narcotráfico sojuzga las conversaciones en y sobre el país, y propone un vocabulario especializado:
levantones: secuestros ostentosos cuyo fin único es la eliminación de alguien con “deudas” con algún cártel;
secuestros: industria delincuencial en pleno desarrollo, la más sucia y abominable de todas, el nuevo gran temor de las sociedades latinoamericanas;
maquila del secuestro: grupos de hampones menores que secuestran casi al azar, fiándose de la apariencia (aspecto, automóviles, relojes, colonias residenciales) y le “venden” luego el “botín” a un grupo organizado;
pozolear: meter la cabeza de un asesinado en un baño de ácido y seguir así hasta desaparecer el cadáver (“Que no queden huellas”).
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La “humanización” posible del narco se ha centrado en la anécdota. En cualquier momento surge en las reuniones la compilación anecdótica que desatan las preguntas clásicas: “¿Te acuerdas de Juan Alberto, el hijo de la señora Pérez (o Gutiérrez o Hernández o López o…)? Pues lo mataron hace unas semanas, lo torturaron feísimo, ahora me explico sus viajes tan seguido a Las Vegas, y eso que era de Celaya”. O bien: “Antenoche levantaron a…”.
Un prólogo de la “etapa moderna”: el asesinato del Gato Félix
En 1988, al salir de su casa a las ocho de la mañana, a Héctor Félix, El Gato, columnista del semanario Zeta, muy agresivo y de énfasis vulgar, lo asesinan dos pistoleros, uno de ellos Jorge Vera Palestina, identificado con rapidez. Vera y su cómplice huyen al Hipódromo de Tijuana, propiedad de Jorge Hank Rhon, y la policía, carente durante 48 horas de órdenes de allanamiento, al entrar descubre, oh sorpresa, que los asesinos se han ido.
Vera Palestina es el jefe de escolta de Hank Rhon, y nadie duda de quién dio la orden. Se sabe de la campaña del Gato contra Hank Rhon, de sus insinuaciones sobre la circulación de droga en el Hipódromo, del modo en que la amistad entre ellos se volvió odio frontal. El director de Zeta, Jesús Blancornelas, no duda: el responsable es Jorge Hank; luego, lanza por años una campaña donde, en anuncio de plana entera, el Gato Félix pregunta: “¿Por qué me mataste, Jorge Hank?”. Según Blancornelas, Carlos Hank González, el padre de Jorge, se propone adquirir su silencio, pero esto no resulta posible. El juicio se alarga y nada pasa; tres años después del crimen, Vera Palestina es detenido, nada pasa. Sin embargo, durante unos años el Gato Félix es un símbolo de la libertad de expresión y Los Tigres del Norte le dedican un obituario musical muy exitoso.
En 2004 Hank Rhon, pese a la campaña de recordación del Gato Félix, es alcalde de Tijuana, ¿y por qué no?: es un junior (alguien que le debe todo al apellido, y no tiene deuda alguna consigo mismo); es impune, algo que va con la clase social; quiere ser político porque sus quinientos o seiscientos millones de dólares (declarados) le dejan tiempo suficiente para derrochar el modesto millón de dólares que anunció para su promoción electoral; es contrabandista de animales “exóticos”; es un fracaso mayúsculo como empresario (el hipódromo de Tijuana, cerrado).
A propósito del Gato Félix, Hank Rhon asegura: “En mi criterio (sic), mi guardaespaldas Antonio Vera Palestina es inocente del asesinato del periodista Héctor Félix Miranda. Luego del crimen sólo una vez hablé con Vera en el juzgado penal. Soy respetuoso de la ley, pero en lo personal pienso que Vera Palestina es inocente. En el Juzgado, cuando me hicieron el favor de invitarme a un careo, nada más lo saludé y le dije: Échale ganas, mantén tu entereza y finalmente, si es o no correcto lo que está sucediendo, tú dedícate a ti mismo y ponle ganas a la vida. Obviamente le mando saludos y le digo siempre lo mismo, que me apena su situación, que sigo creyendo que hubo ahí un pequeño error legal (sic), pero finalmente, yo soy respetuoso de la ley. Vera Palestina fue durante muchos años mi jefe de seguridad y además mi compadre, pues bauticé a dos de sus hijos… He estado muy al pendiente de su familia y siempre que van a verlo mando saludos de mi parte. Te digo que su hija es mi ahijada y su hijo es mi ahijado. No me preocupa en lo absoluto que se me involucre con la muerte de Félix Miranda, pues jamás hubo una prueba en mi contra. ¿Que si le di dinero a Vera Palestina para que matara a Félix y después huir? Sí, durante muchísimo, fue mi empleado, por supuesto que recibió dinero de mí, él estuvo asalariado durante muchísimo tiempo conmigo” (en Frontera, febrero de 2004, nota de Daniel Salinas y Manuel Villegas).
La masificación de la tragedia
De 1988 a 2006 se dan los éxitos policiacos inevitables, se decomisan toneladas de mariguana y cocaína, los jefes policiacos se retratan junto a la yerba y el polvo malignos, los abogados de narcos perecen interminablemente, se matan periodistas y jefes policiacos. También, rito de purificación, se insiste en el avance victorioso de la lucha contra la delincuencia, hay visitas a Washington, el zar de las drogas en Estados Unidos felicita por su destreza al gobierno de Zedillo o al de Fox, se hace lo que se puede pero nunca se especifica lo que se hace.
Luego del Caso Camarena la prensa va registrando capos de personalidad por lo común concentrada en el nombre: los Arellano Félix (Francisco Rafael, Benjamín, Francisco Javier y Enedina, cuatro de los diez hermanos), Juan José Esparragoza El Azul, Amado Carrillo El Señor de los Cielos, Vicente Carrillo Leyva, Ismael Zambada García El Mayo, Héctor El Güero Palma y Joaquín El Chapo Guzmán.
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Carlos Salinas, Presidente de 1988 a 1994, se educó para triunfar y su carrera habría sido esplendorosa de no irrumpir la nota roja en las cuestiones de Estado. La ofensiva inicial se da en Jalisco. En 1993, el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo es asesinado en el aeropuerto de Guadalajara en una “muerte accidental en un fuego cruzado entre dos bandas de narcotraficantes”, porque, es la primera versión de la PGR dirigida por el doctor Jorge Carpizo, al cardenal se le confunde con Joaquín El Chapo Guzmán. El cardenal ha sido obispo de Tijuana donde, según numerosas versiones, fue confesor de la madre de los Arellano Félix. Instruida por el presidente Salinas, la Jerarquía acepta al principio la versión de Carpizo; el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, sucesor de Posadas, se pliega y se repliega y luego lanza acusaciones ocasionalmente dirigidas a Salinas de Gortari. Se le piden pruebas, no las entrega, se revisa el caso, no se confirman las hipótesis de don Juan y él, impertérrito, vuelve a la carga. Por lo demás, los expedientes son asunto de los hombres, no de los representantes de Dios sobre la tierra.
La investigación señala la presencia de sicarios de los Arellano Félix en el avión que vuela de Guadalajara a Tijuana, y se subraya un hecho: Posadas acudió al aeropuerto a recibir al nuncio papal. Luego, un escándalo devocional: se revela la presencia en la nunciatura de Ramón Arellano Félix. Según el relato nunca desmentido, el presidente Salinas llama al procurador general Jorge Carpizo un domingo de 1993 y lo cita en Los Pinos. Allí están el presidente y el nuncio papal Girolamo Prigione con un mensaje de Ramón Arellano Félix, el más violento de la familia, que ha estado en la nunciatura para pedirle al enviado papal su intervención.
Arellano Félix ofrece entregarse pacíficamente a cambio de una entrevista personal o privada con Salinas. Carpizo señala: “Un presidente no se entrevista con delincuentes”. Salinas apoya el razonamiento. Monseñor Prigione no insiste, y Carpizo reafirma su teoría de la confusión.
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Dos acontecimientos que por razones de espacio sólo me permiten una alusión. Del sexenio lo más relevante desde el punto de vista de la espectacularidad son dos asesinatos de 1994: el de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia, y el de José Francisco Ruiz Massieu, dirigente del PRI y excuñado de Carlos y Raúl Salinas. El balazo que Mario Aburto le dispara a Colosio el 23 de marzo de 1994, un hecho muy relevante, se ahoga casi de inmediato en un duelo de abstracciones entre la Teoría de la Conjura y la Tesis del Asesino Único. El magnicidio, como se le llama en los primeros días, desaparece como tema central al enjuiciarse popularmente a quien, supuestamente, lo hizo. Y el fenómeno trae consigo la intuición popular. A los dos días del fallecimiento de Colosio, en las escuelas primarias y secundarias del país cunde un chiste: “¿Quién mató a Colosio? / Uy, ¡está pelón decirlo!”. La responsabilidad de Salinas no parte de hechos comprobables sino del dogma del presidencialismo. Si “no se mueve una hoja del árbol sin la voluntad del Señor”, una victimación de esas dimensiones debió ser aprobada por el dueño del país.
Desde el primer día, Colosio no resulta el estadista abatido por las balas sino La Víctima Perfecta, circundada por dos grandes preguntas: ¿Quién fue y por qué? La Víctima borra al estadista posible o probable, al Héroe que el PRI propuso al comienzo. A Colosio se le reconocen virtudes personales (cordialidad, decencia, franqueza, simpatía), pero no cuajan los esfuerzos por imprimirle otro relieve, el del Santo Laico, el Renovador. No deja un caudal teórico o ideológico discernible, leía bien los discursos que otros le hacían y hasta allí, y al improvisar era muy reiterativo. En el PRI su contribución máxima es la tesis del liberalismo social, ideada por el entonces presidente Salinas y formulada a tropezones por los asesores de Colosio, luego de una lectura rápida de Jesús Reyes Heroles. Es curioso: ¿quién ha mencionado en este tiempo el impulso a la teoría política del invento del liberalismo social, fundamento ideológico del PRI y de México, como aseguró Colosio durante la semana aguerrida que duró su hallazgo? Nadie, absolutamente nadie. Como teórico, Colosio pasa inadvertido.
La Teoría de la Conjura se fundamenta en el discurso de Colosio el 6 de marzo y en “la reflexión tremenda y valiente allí contenida”. Es posible también extender otros elementos de juicio: a) Colosio es un beneficiario connotado del Dedazo, de la voluntad única de Salinas de Gortari; b) Colosio encabeza la campaña del partido que comete el gran fraude en 1988, el partido monopolista de todas las ventajas, con el magno aparato clientelar y caciquil de la República a su entera disposición. Se interpreta el discurso del 6 de marzo como el enfrentamiento audaz con Salinas, y a lo mejor sí lo fue, pero, para empezar, no es un texto de Colosio, sino el mayor producto mercadotécnico de su campaña. Según se sabe, el modelo de ese documento se le solicita primero a cuatro grandes compañías publicitarias (extranjeras), con todo y su corte de grupos focales, que optan por copiar el ritmo del discurso de Martin Luther King en Washington: “I have a dream” (“Veo a un México…”). Ya entregadas las propuestas, el equipo de Colosio las sintetiza y elabora otra, entregada a doce notables de la República para sus comentarios. Ajustado al laberinto de consultas y ajustes, queda un documento que, según una versión, se manda a Salinas, para que la revise su ayudante José Córdoba Montoya. Hasta allí el rango de autonomía del candidato de un sistema groseramente ritual que le permite a Salinas describir la inconformidad de otro aspirante a la Presidencia, Manuel Camacho: “Él me dijo que le hubiera gustado saber antes que no iba a ser. En mi experiencia, eso nunca había sucedido en el pasado”.
La polémica, que produce un buen número de libros, se centra en la culpa del expresidente, en las posibles intervenciones del narco, en la conjura, en la intervención de la Nomenclatura (versión Salinas, que hasta entonces había patrocinado la tesis del Asesino Único). A Colosio, cuando se le recuerda, se le ve como el Mártir de una causa jamás especificada.
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Del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu se saben los nombres de los cómplices menores, su alejamiento de los Salinas, y muy poco más.
Zedillo, Fox, más vale el gesto enérgico
que la mínima eficacia
De los rasgos característicos del narcotráfico:
1) En las comunidades agrarias persisten las cosechas heterodoxas, las muertes que no cesan, la depredación a cargo de los judiciales, las intervenciones del Ejército, las desapariciones. En su oportunidad, los habitantes de las ciudades fronterizas, además del body count, el reino de las estadísticas funerarias, dispone incluso de residencias con ventanas de troneras para que el propietario, de ser otra persona, se ilusione pensándose Scarface que perece envuelto en las llamas del mito (en la versión magnífica de Howard Hawks, con Paul Muni)… Todo en función del dispendio: si no se gasta de inmediato el dinero se le deposita en ese porvenir que el narco casi seguramente no conocerá.
2) El narcotráfico altera trágicamente las comunidades campesinas, como denotan el índice de muertos y detenidos, la evidencia del cultivo de mariguana, los desastres económicos que suceden a la vigilancia policiaca estricta, el fracaso de los cultivos alternativos. La siembra de mariguana y amapola, de ningún modo reciente, ha sido desde la década de 1980 fuente sistemática de perturbación, incursiones punitivas de los judiciales y del Ejército, asesinatos a mansalva, torturas, saqueos, desapariciones, violaciones. En esta “guerra de baja intensidad” no hay ni descanso ni posibilidades de tregua. El desastre de la Reforma Agraria, el latifundismo nada oculto y el empobrecimiento y la lumpenización en el campo obligan a un vasto número de comunidades a usar los recursos a su alcance, al margen de las consecuencias, porque eso evita o pospone lo más atroz; la miseria extrema. Ante el auge relativo del narco en una parte del campesinado, la pregunta inevitable es: ¿tienen opciones? Al reiterarse la conducta se prueba que no, a menos que se acepte la perversidad intrínseca de los campesinos, hipótesis hecha posible por la manía particularmente clasista y racista de aquella parte de la clase gobernante que aún cree en dar explicaciones.
¿Por qué, no obstante muertos, heridos y encarcelados prosigue el narco en ámbitos rurales? Entre otras cosas, además de la pobreza y la miseria, por la complejísima red de la corrupción que involucra a un sector considerable del aparato judicial y administrativo, y por el agotamiento de las valoraciones éticas en el mundo globalizado.
3) A los campesinos y a los pobres urbanos el narcotráfico les ofrece la movilidad social de un modo veloz y casi sin escalas. De no ser por el narco, ¿hubiesen conocido los capos y los aspirantes a sucederlos la fastuosidad y las vibraciones del poder ilimitado? A las historias individuales las vincula la sensación de arribo a la cumbre inesperada. Los agricultores o comerciantes pobres, los vagos, los clasemedieros a la deriva, tras unos años de ilegalidad reaparecen al mando de ejércitos pequeños y probadamente leales.
¿De qué otro modo esta gente podría triunfar con tal velocidad y contundencia? ¿Qué otra actividad les daría dinero a raudales, desfogues de toda índole, tuteo con los poderosos, legiones de exterminio a su mando, el gozo de manipular el miedo y la avidez de jueces, políticos, funcionarios de la seguridad pública, industriales, “hombres de pro”? Ordenar la supresión de vidas puede ser, y las evidencias son interminables, un deleite supremo, que condimentan la tortura y la humillación sin límites de las víctimas. La matanza de los rivales que es parte de la profesión de los narcos es requerimiento del control de mercados, pero es también la feroz compensación psíquica: “Quizás muera convertido en guiñapo, pero antes me llevo a los que puedo”.
4) La mayor incógnita: la avidez con que se acepta el pacto fáustico: “Dame el poder inimaginable, la posesión de millones de dólares, los autos y las residencias y las hembras superapetecibles y la felicidad de ver el temblor y el terror a mi alrededor, y yo me resignaré a morir joven, a pasar los últimos instantes sometido a las peores vejaciones, a languidecer en la cárcel los cuarenta años restantes de mi vida”. La consigna “plata o plomo” es la versión menos sofisticada del intercambio en la cumbre: cédeme tu ilusión de cumplir 90 años y dispondrás de las posibilidades que, al fin, te harán sentirte a gusto contigo mismo.
Si algún oficio niega y justifica a la vez el crime doesn’t pay es el narco, y decenas de miles acometen con fruición este feroz toma-y-daca. ¿Qué explicaciones hay al respecto? El fenómeno de la delincuencia extrema es internacional y, con variantes, ha existido siempre, así no conste en actas cómo Caín sobornó e intimidó a sus jueces, que, persuadidos, fundamentaron mal los cargos en el caso del asesinato de Abel. El narcotráfico refuta las teorías sobre la vocación delincuencial o la predisposición a la violencia. Esto, sin duda, se produce, pero no con ese vértigo ni abarcando a tantos. Más bien, el dinero a raudales genera una atmósfera que involucra en distintos niveles a cientos de miles, cercena las (no muy vigorosas) defensas éticas, destruye en un instante a quienes flaquearon o enloquecieron, erige criterios relativistas en la valoración de la vida humana, genera el cinismo más devastador.
Obsérvense los estilos de vida, las residencias, los automóviles, las manías adquisitivas, la técnica para decorarse (más que para vestirse) de los narcos. En ellos el derroche no sólo es ostentación (todo lo que relumbra es oro), sino el mensaje delirante a los ancestros que nunca salieron del agujero, y a la grisura total que no gobernará ya su comportamiento: “Si gasto de esa manera, si soborno utilizando esta inmensidad de dinero, si me dejo estafar por arquitectos y comerciantes (si no quieren morir pronto, mejor que no lo hagan), si quiero que mis hijos vayan a escuelas de lujo y monten caballos de pura sangre o coleccionen automóviles antiguos, si le regalo a mis mujeres collares de diamantes, es para darme ahora el gusto que, de seguir la ruta previsible, no hubiese conseguido acumulando el esfuerzo de varia generaciones”. ¿Quién dijo miedo, muchachos? Si el pacto atrae con tal fiereza, es por la certeza implícita: “Si tengo el suficiente dinero, no me pasará lo que a los demás”. El gran dinero es el amuleto, el círculo de tiza, la muralla de sortilegios. De allí que los narcos ejerciten sus creencia con el gozo de la perdurabilidad. De acuerdo a numerosos testimonios, los narcos son católicos sincerísimos, que comulgan con fervor, dan enormes limosnas, buscan la cercanía de algún sacerdote, le rezan a la Virgencita, pagan edificios para la formación de sacerdotes, cumplen con los rituales y las mandas, incluso cargan la cruz en Jerusalén en los “narcotours”. Esto no se traduce en arrepentimientos o sensaciones de falta (¿qué narco abjura públicamente de su conducta?), ni evita la mezcla con otras prácticas (hay narcos que se “rayan” en ceremonias de santería para alejar las balas), pero sí ayuda a entender en algo la supersticiones. “Bala detente / cuando empiecen a disparar levanta el séptimo muro de tu mente / Si Dios me absuelve, la policía no me atrapa”.
5) El narcotráfico estimula el ejercicio de la crueldad. El contagio de la violencia no se produce por los programas de televisión (en todo caso allí se aprenden estilos de teatralizar la delincuencia), sino por el abatimiento del valor de la vida humana que el narco genera. No es casual la intensificación de linchamientos atroces en regiones con presencia del narco, ni el desencadenamiento de vendetas, ni la saña inmensa que se ejerce, por ejemplo, en las represiones carcelarias. No todos los crímenes son del narco, ni estas corporaciones inauguran la ferocidad; pero la fiebre del armamento de alto poder y las sensaciones de dominio desprendidas del exterminio se inspiran vastamente en la psicología del narco. “Si nos toca morir de muerte violenta, ¿por qué voy a reconocer el valor de la vida humana?”. Y en esta “religión de la crueldad” los rituales no se consideran repetitivos porque varían las víctimas.
6) El tema es inagotable, y toda pretensión de abarcarlo tiende a confinarse en la descripción parcial. ¿Qué sucede por ejemplo con el involucramiento en el narco de algunos generales y oficiales? ¿Hasta qué punto el narco ha penetrado en el sistema judicial? ¿Cuáles son sus vínculos con los Medios? ¿A cuántos obispos y sacerdotes benefician las narcolimosnas? ¿Cuál es el nivel real de consumo entre los jóvenes, intensificado según las evidencias? ¿Cuál es el grado de control del gobierno norteamericano sobre el mexicano a partir de las presiones diarias y el juego de la certificación? Por lo demás, y como en las películas antiguas, hoy o mañana o la semana próxima un narco poderoso es detenido, y un joven audaz decide reemplazarlo en la jerarquía criminal.
7) Asesinatos, evidencias del lavado de dinero, presencias “del más alto nivel”. ¿Cuántos viven en el país del narcotráfico? No hay cifras, ni siquiera las clásicamente inconfiables, y el cálculo más frecuente es de (por lo menos) un millón de personas beneficiado por sus operaciones. ¿Cuál es la proporción de los traficantes y sus cómplices menores detenidos en relación al narcogentío en libertad: uno a cuatro, uno a diez? ¿Cómo establecer el número de comunidades campesinas y de agricultores que participan en la siembra de mariguana? ¿A cuántos el lavado de dinero les permite la entrada en la buena sociedad? ¿Cuántos jóvenes, adolescentes y niños se emplean de “burros” (conductores de la droga)? ¿Es cierto que los narcos acaparan más de un millón 700 mil hectáreas en el país? ¿Hay setenta mil puntos de venta del narcomenudeo en la Ciudad de México? ¿Cuántas pistas aéreas clandestinas existen: mil quinientas o dos mil o tres mil? (depende de lo que se entienda por pista aérea).
En cuanto a imágenes públicas (lo único de lo que hasta ahora se dispone rigurosamente), un narco es la copia violenta y muy real de la fantasía de los gatilleros en el cine de Hollywood, reelaborada por el kitsch. La especie contigua, los narcojuniors, muy localizables en Tijuana, son ya un giro estilístico, de Gucci y Hugo Boss en adelante, de viajes a Las Vegas para ver los shows, de trato incestuoso con sus autos de carreras. Sin embargo, es muy improbable que consoliden una imagen.
El que muere al último todavía no ha nacido
¿Qué tanto cambia, a resultas del narco, la vida cotidiana de un amplio sector de la población? Si, como se ha señalado, el número de narcos detenidos es apenas inferior al de todos los empleados de las tiendas departamentales de la nación, 60 mil 436 según el Inegi, ¿no avisa ya este pequeño conglomerado de un “ejército delincuencial” en México? (Para no infligir humillaciones innecesarias, no mencionamos el número de los que trabajan en México en asuntos de difusión cultural: apenas llega a 26 mil 456).
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De golpe, el narcotráfico resulta el magno espectáculo lateral que la sociedad ve con terror y morbo, con alivio (“Hoy no me mataron”) y depresión (”Hoy siguieron matando”). Sí, ya están al tanto, la mayoría no hará huesos viejos pero tampoco llevarán la existencia inerte y sacrificada de sus padres y abuelos.
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La “economía del crimen” es también la “economía de la moral a la disposición”. Una de las peores consecuencias del narco es darle la razón a los adeptos al aforismo: “el ser humano es una caña rentable”. En la nómina del narco figuran, como se ha visto, gobernadores, generales, jueces, agentes del Ministerio Público, presidentes municipales, jefes policiacos (en torrente), tal vez clérigos encumbrados, probablemente secretarios de Estado, líderes sindicales. El poder de compra es el complemento clásico del poder de aniquilamiento.
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Los signos del dominio del narco suelen multiplicarse; funcionarios desaparecidos en olor de corrupción, suicidios “inexplicables” de funcionarios, balaceras en hoteles de lujo, abogados que portan veinte tarjetas de crédito, atentados a funcionarios como socios traicionados, comerciantes modestos que en diez años se hacen de fortunas para ellos mismos inconcebibles, gobernadores que huyen con tal de no perjudicar su inocencia, burgueses “de la mejor sociedad” que esperan del lavado de dinero lo que no les conseguiría su talento financiero, jóvenes ansiosos de salir del ghetto del billar y el asalto a pequeña escala, animadores de televisión que distribuyen polvos en los pasillos de sus empresas para auspiciar la risa, mujeres atractivas que negocian sus favores en contextos de riesgo, periodistas que no ven nada malo en nunca ver nada malo, empresarios hoteleros que jamás indagan el origen de la fortuna de sus socios repentinos, figuras medianas del espectáculo incapaces de fijarse en el comportamiento de sus amigos más generosos, dueños de agencias automovilísticas que necesitan del circulante de clientes inesperados… El repertorio es muy vasto.
2006-2009: Las cabezas cortadas del “otro Estado”
Desde el primer momento, el presidente Felipe Calderón, que toma posesión entre múltiples acusaciones de ilegitimidad, levanta su causa primordial, en rigor la única: el combate al narcotráfico y la recuperación de la seguridad pública. Si estas metas son incontrovertibles, los métodos para obtenerlas han resultado fallidos, tal y como reiteran las decenas de ejecuciones diarias (no nada más de narcos), las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos por parte de elementos del Ejército y de la Policía Judicial, y la franca ineficacia en el control territorial. ¿Qué pasa en este periodo?
–Se desata la guerra entre los cárteles, con un costo altísimo de vidas y con la intervención, de un lado y de otro, de la policía y la Policía Judicial.
–Surgen personajes de una violencia atroz, como el Pozolero de El Teo, detenido el 24 de enero de 2009, que en un galpón de Tijuana y a lo largo de una década, disuelve cerca de trescientos cadáveres en grandes ollas con ácido. Santiago Meza López, de cuarenta y cinco años, dijo trabajar para el capo Teodoro García El Teo, que le pagaba ocho mil pesos a la semana.
–Se extienden los secuestros, que vuelven invisibles zonas del campo y de las ciudades. Se fijan los rescates en cantidades relativamente pequeñas o, más probable, en sumas apreciables de dólares. Un secuestro que conmueve de modo especial: el del joven Fernando Martí, asesinado en junio de 2008, no obstante que su familia había pagado el rescate. Los secuestros indignan y, en respuesta, algunos familiares de los secuestrados y victimados se han propuesto organizar a la sociedad civil.
–En las ciudades medianas, la impunidad de los narcos es notable. Entran a una disco, la cierran y obligan a las jóvenes presentes a bailar con ellos; vandalizan una fiesta y deshacen la reunión a tiros.
–Ser jefe policiaco o judicial, ser abogado de narcos, es disponer de la vida a corto plazo. En Monterrey, Chihuahua, Ciudad Juárez, Sinaloa, Michoacán, hay veintenas de asesinados.
–Se afirman los grupos: los Zetas, la Familia de Michoacán, el Cártel del Golfo, La Línea.
–No es fácil escapar a la fiebre del protagonismo, y los capos también se aficionan a la condición protagónica. Una táctica, la más atroz: grabar las torturas y las muertes de sus rivales apresados. A YouTube se envían el interrogatorio y las decapitaciones de un grupo de Zetas capturado. Otra maniobra favorecida: las narcomantas, mensajes situados en lugares muy visibles donde se previene o amenaza al gobierno.
–Las investigaciones policiacas no suelen ir a lado alguno si es que en rigor empiezan. Con frecuencia, se presenta de inmediato a los “culpables”, que luego demuestran la validez de sus coartadas y aseguran que sus declaraciones provinieron de la tortura.
–La investigación sobre las tres granadas arrojadas en Morelia el 15 de septiembre de 2008, con ocho muertos y más de cien heridos como resultado, desembocan en un punto muerto. Se atribuye el atentado terrorista a La Familia de Michoacán; éstos contestan señalando a los Zetas. Se detiene a tres sicarios de Uruapan que, según dicen, fueron contratados y no saben quién les pagó. El acto dibuja o más bien despliega algunas novedades en materia de sociología y psicología social, de medición de liderazgos, de la abolición drástica en un sector de lo que se conocía por ética y por moral.
–Hay hechos estremecedores. Un ejemplo límite: el 12 de septiembre de 2008 se encuentran los cadáveres de veinticuatro albañiles en La Marquesa, aunque fueron victimados en Ocoyoacac. En su mayoría son menores de treinta años y hay uno de catorce años de edad. Al principio, la policía del Estado de México quiere presentar la matanza como resultado del pleito entre grupos del narcomenudeo. La hipótesis no se sostiene. “Ni pelones ni zetas ni policías ni sicarios ni narcomenudistas”, se afirma en el periódico Milenio, los ejecutados de La Marquesa eran albañiles de comunidades pobres que construyeron un narcotúnel en Mexicali para el cártel de Sinaloa. El túnel, de 150 metros de longitud, seis metros de profundidad y metro y medio de diámetro, contaba con sistemas de iluminación, ventilación y aire acondicionado, así como un elevador.
–Otra matanza inconcebible: la de Creel, pueblo de la sierra de Chihuahua, el 16 de agosto de 2008. A una fiesta familiar llega un comando armado de cerca de doce personas, según algunos del cártel del Chapo Guzmán, o del grupo La Línea. Tarda más de tres horas la presencia de la policía. Son trece muertos (…).
Los exterminadores buscan a dos de sus enemigos, los localizan, los ejecutan y, de paso, asesinan a otras once personas, porque en su lógica su vínculo mayor, más consistente con la sociedad (con “los demás”), son las armas. Matan como si conversaran, matan para dialogar con la realidad y, en su caso, esto no es metafórico sino parte del ordenamiento natural.
La intervención creciente del Ejército, elemento clave en la ofensiva de Calderón, resulta contraproducente a juzgar por el cúmulo de protestas. En las Comisiones de Derechos Humanos abundan las denuncias por violaciones de mujeres y allanamientos domiciliarios que llevan a cabo oficiales y soldados. Además, todo a la vez, se acrecienta el fenómeno de los paramilitares, brotan por doquier grupos de autodefensa, se arman las comunidades y los equipos de protección privada son un gran ejército fragmentado. A diario continúan las matanzas y los hechos escalofriantes: un jefe policiaco y su esposa asesinados y sus cuatro hijos quemados vivos; un periodista enterrado vivo; incursiones en bares donde se asesina a los asistentes (probablemente con la consigna medieval por delante: “Dios discernirá entre justos e injustos”); ejecuciones en sitios públicos al mediodía, cabezas cortadas que se arrojan a las puertas de instituciones de justicia. Los más de quince mil muertos de las guerras del narco que se contabilizan en el sexenio de Calderón aún no apuntan en lo mínimo a la eficacia de la estrategia gubernamental. El temor sustituye a la presunción (“Esto no es cosa mía, que se maten entre ellos”).