sábado, 13 de febrero de 2010

Cananea, Pemex, política antiobrera

Arturo Alcalde Justiniani


inalmente el Grupo Minera México venció el último bastión jurídico en el que los trabajadores huelguistas de Cananea tenían cifradas sus esperanzas. El segundo tribunal colegiado en materia de trabajo en esta ciudad no tuvo la capacidad para entender la dimensión del problema planteado y avaló en un solo acto la destrucción del sindicato, del contrato colectivo, de la huelga y además, el despido masivo de los huelguistas. El argumento es grotesco: supuestas causas de fuerza mayor que han provocado que la mina no pueda seguir operando y, en consecuencia, actualizar lo señalado en la fracción I del artículo 434 de la Ley Federal del Trabajo. Difícil será saber cuál fue la razón que orilló a los magistrados a legitimar la maniobra. Lo evidente es que el estado de derecho sufrió un golpe de graves consecuencias.

No sólo los mineros de Cananea y de todo el país han resultado agraviados, se trata de un golpe contra la sociedad, quien observa cómo nuestras instituciones sucumben ante los intereses creados, la influencia de los grupos poderosos y las consignas. La pregunta obligada que queda es adónde acudir para obtener justicia.

La aberrante decisión asumida por el tribunal el pasado jueves no puede verse aislada del conjunto de acciones que el gobierno federal, haciendo causa común con el Grupo Minera México, ha desplegado en contra del sindicato nacional minero. Huelgas inexistentes por razones tan absurdas como el que la suspensión de labores se haya llevado a cabo minutos después de la fecha anunciada, tomas de nota en base a documentos falsificados, represión policiaca, creación artificial de sindicatos, sometimiento de jueces, financiamiento a abogados para inventar demandas, contratación de cabilderos para convencer a funcionarios, en fin, una campaña en la que toda la fuerza del Estado se puso al servicio de un consorcio privado.

Como lo ha confesado recientemente el abogado de la empresa, hoy ninguna duda cabe: la minera se reabrirá y se contratarán trabajadores en peores condiciones laborales, se firmará un contrato colectivo con un sindicato subordinado y corrupto y se armará un teatro para recuperar al pueblo de Cananea buscando esconder la responsabilidad del golpe. Seguramente se abrirán changarros al estilo Luz y Fuerza del Centro, con el apoyo del gobierno se perseguirá a algunos dirigentes para someter a los demás, se acudirá como siempre a la publicidad para desorientar a la opinión pública, y por último, se utilizará este marco represivo para promover una reforma laboral que permita, en términos prácticos, el despido libre y la cancelación del efecto protector del derecho colectivo del trabajo.

El golpe brutal a los mineros, a pesar de su gigantesca dimensión, no constituye un hecho aislado. En otro sector, y en varias partes del país, se aplica un esquema de acoso laboral que atiende a la misma política represiva. La semana pasada fueron llamados uno a uno los miembros de la Unión Nacional de Técnicos y Profesionistas Petroleros; algunos de ellos fueron violentamente sacados de su centro de trabajo, otros, amenazados con su despido, a todos se les condicionó la permanencia en su empleo y la atención médica a la firma de dos cartas. La primera dirigida a Javier Lozano Alarcón, secretario del Trabajo y Previsión Social, en la que se le comunica la decisión "personal y voluntaria" de renunciar a dicha unión, solicitándole: “…hago uso de los medios legales procedentes para que se proceda a la cancelación del registro como sindicato de la Unión Nacional de Técnicos y Profesionistas Petroleros…”.

La segunda carta que forma parte del chantaje está dirigida al presidente de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, en la que expresan su "renuncia voluntaria" a la unión, señalando que: “…obedece a que dicha unión no persigue los fines con los que engañosamente se me afilió, ya que se me dijo que la constitución de la misma era para recibir capacitación y actualización en materia petrolera y sobre otras disciplinas, por lo que solicité con ese engaño mi afiliación a la misma, pero nunca con la idea de constituir un sindicato, por lo que reitero y ratifico mi renuncia a la Unión Nacional de Técnicos y Profesionistas Petroleros, aspecto que en su oportunidad hice saber a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social…” En este comunicado se señala "como domicilio para oír y recibir toda clase de notificaciones en Paseo del Pedregal número 8l7, Jardines del Pedregal, delegación Alvaro Obregón, C.P. l800, DF, autorizando para ese efecto al licenciado Eric Roel Pavón". Ni más ni menos que uno de los abogados de Pemex.

La represión fue la respuesta de la paraestatal y del gobierno federal a los trabajadores técnicos y profesionistas de Pemex que tuvieron la osadía de formar la unión, partiendo de la creencia de que en nuestro país existía la libre asociación profesional. El pasado 21 de diciembre, la Secretaría del Trabajo les notificó el registro legal de su organización, no por voluntad propia, sino por órdenes de la jueza primera de distrito en materia de trabajo en nuestra ciudad, confirmada por los integrantes del decimocuarto tribunal colegiado en materia de trabajo. Con esta resolución, parecía concluir su quinto intento de organización, cada uno de ellos con su propia cuota de represión, incluyendo el condicionamiento del servicio médico, también para enfermos terminales.

Apenas celebraban su triunfo legal, cuando recibieron el golpe concertado de la paraestatal y el gobierno federal. Se trata de los ingenieros, geólogos, físicos, médicos y otros especialistas responsables de la operación diaria de la empresa, quienes decidieron organizarse no sólo para representar sus derechos gremiales, sino para colaborar con el desarrollo de los planes y programas de Pemex.

Estas, y no lo que encontramos en los discursos oficiales, son las realidades que viven los trabajadores del país y que seguirán reproduciéndose si no reaccionamos de inmediato con un mínimo de solidaridad.

miércoles, 3 de febrero de 2010

El extraño caso de la Dra. Beatriz y la Sra. Paredes

El extraño caso de la Dra. Beatriz y la Sra. Paredes
Denise Dresser


MÉXICO, D.F., 2 de febrero.- Como en la famosa novela de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde, Beatriz Paredes parece ser víctima del desorden de personalidad múltiple. Un día pronuncia palabras progresistas, y al siguiente asume conductas conservadoras. Un día se presenta como mujer de avanzada, y al otro defiende las posturas más retrógradas. Debajo del huipil hay una mujer rota, desarticulada, contradictoria. Una Beatriz audaz que enarbola las mejores causas y otra Beatriz atávica que las sabotea. Alguien que, si se colocara sobre un diván psiquiátrico, sería diagnosticada con ese mal caracterizado por la coexistencia –en un solo cuerpo– de identidades distintas que se pelean entre sí. Es como si dentro de la lideresa del PRI hubiera dos o más personalidades en contienda perpetua. Y el pleito produce una persona incapaz de mantener posiciones coherentes, confiables o siquiera inteligibles.

Allí está la Beatriz Feminista que defiende el derecho de las mujeres a decidir, pero comparte el huipil con la Beatriz Claudicadora que está dispuesta a sacrificarlo en 17 estados donde el PRI apoya la penalización del aborto. Allí está la Beatriz Juarista que defiende la separación Estado-Iglesia, pero cohabita con la Beatriz Electorera que está dispuesta a minar esa línea divisoria si de conseguir votos de trata. Allí está la Beatriz Demócrata que dice apoyar la competencia, pero vive lado a lado con la Beatriz Autoritaria que quiere frenarla cuando entraña alianzas electorales contra el PRI. Allí está la Beatriz Progresista que se jacta de defender las mejores causas, pero tiene la trenza entrelazada con una Beatriz Acomodaticia encargada de archivarlas cuando implican costos políticos.

Durante el siglo XIX, se pensaba que las personas que exhibían síntomas de lo que hoy se llama “desorden de identidad disociativa” estaban poseídas. Se creía que algún demonio les susurraba en el oído, obligándolas a actuar en contra de su voluntad. Al escuchar a Beatriz Paredes, se antoja argumentar algo similar. Sólo así podrían explicarse la conducta errática, las fobias inexplicables, el enojo incontenible, la bipolaridad política, las contradicciones evidentes, las alucinaciones de las cuales se ha vuelto presa la presidenta del PRI. Va por la vida promoviendo posiciones de izquierda en unos temas y de derecha en otros. Defendiendo principios que luego no tiene el menor rubor en traicionar. Enarbolando el discurso del nacionalismo revolucionario mientras toma decisiones que llevarían a los ganadores de la Revolución a revolcarse en la tumba. Jactándose de su progresismo mientras asume posturas que los conservadores aplauden.

Beatriz Paredes habla de “nuestra realidad hiperpresidencialista”, cuando la presidencia imperial ha sido reemplazada por la presidencia acorralada. Habla de la necesidad de “controles y fiscalización” a nivel local, cuando en la última negociación presupuestal su partido los rechazó. Habla de la necesidad de fomentar “la transparencia en el manejo de los recursos públicos”, cuando los estados controlados por el PRI son hoyos negros de opacidad. Habla de la “influencia creciente de los poderes fácticos”, cuando el precandidato presidencial del PRI ya se ha encamado con ellos. Habla de acrecentar los derechos ciudadanos, al mismo tiempo que se opone a las candidaturas independientes. Critica “la propaganda como subterfugio para la manipulación social”, cuando Enrique Peña Nieto la usa con ese objetivo. Argumenta que los estados democráticos “son laicos”, cuando ella misma ha contribuido a poner en jaque la laicidad en México.

Una sola mujer con tantas corrientes internas, con tantas subcontrataciones corporales, con tantas vidas variopintas percibiendo e interactuando con la realidad. Pero no es que a Beatriz la muevan fuerzas del más allá, o que siga las instrucciones de algún diablo guardián. El mal que padece es congénito; es parte de la herencia priista y afecta a todos sus miembros en mayor o menor medida. Los desórdenes mentales disociativos siempre están acompañados por la amnesia, la pérdida selectiva de memoria, la incapacidad para recordar lo dicho, lo hecho, lo prometido, lo incumplido. Y según los expertos, la personalidad múltiple es causada por antecedentes traumáticos. En el caso de Beatriz Paredes, es la historia misma del PRI en México y la marca que ha dejado tras de sí: 71 años de caciques y cotos y corrupción que ella es incapaz de reconocer, incapaz de procesar, incapaz de enfrentar; 71 años de gobierno como distribución del botín, que la transición no ha logrado cambiar.

No sorprende entonces que Beatriz Paredes parezca esquizofrénica; lo es. Tanto o más que su propio partido. Tiene que serlo para seguir formando parte de una camarilla que dice fomentar la modernización pero ha hecho todo lo posible para obstaculizarla. Tiene que mantener la dualidad para pertenecer a una organización que se vanagloria de las instituciones que creó, al mismo tiempo que se dedicó a prostituirlas. En el mismo partido cohabitan la retórica democrática y las pulsiones autoritarias, los gloriosos discursos celebrando a la ciudadanía y las medidas instituidas para negarle representación, la crítica a la corrupción y la protección a quienes se han enriquecido con ella.

Beatriz Paredes y el PRI que encabeza tratan de ocultar el lado oscuro de su naturaleza, pero no lo consiguen. Buscan disfrazar a la bestia que llevan dentro tanto como intentó hacerlo el Dr. Jekyll con el Sr. Hyde, pero sin éxito. Cuando Beatriz declara que “no se vale usar los programas sociales para el chantaje electoral” –una práctica que su partido instituyó–, no queda más remedio que declararla enferma. Cuando defiende la laicidad pero acepta que su partido busque congraciarse con la Iglesia, no queda más opción que llamarla esquizofrénica. Dividida. Desmemoriada. Una mujer cuya única definición es que cambia de carácter moral como alguien cambia de calcetines.

martes, 2 de febrero de 2010

Los fantasmas de la Sierra Tarahumara


Los fantasmas de la Sierra Tarahumara
Marcela Turati


EL ALAMILLO, CHIH., 25 de enero (Proceso).- Entre la Sierra Tarahumara y Ciudad Juárez está la Alta Babícora, donde la reportera vio, del 11 al 14 de enero, cómo la pobreza de la tierra y de la gente ardió con un soplo del diablo. A los pueblos más apartados llegaron los narcotraficantes y, ante la total impotencia de los abandonados municipios, coparon caminos, mataron a los rejegos e incendiaron las casas. Los que no fueron levantados por sicarios, huyeron de los militares. Y los pocos que se quedaron siguen buscando al único desaparecido que, sin embargo, nunca estuvo presente: el gobierno.

En este pueblo no ladran los perros; sólo se escucha el silencio, a veces interrumpido por las camionetas que cruzan por la carretera y que a veces se meten por las calles de este paraje abandonado.

Es medio día y no hay gente en las calles. Tampoco se oyen voces en la escuela. Ningún metiche se asoma por la ventana para ver pasar a los viajeros. Las ventanas de varias casas están rotas y nadie se ha empeñado en cambiarlas.

Al entrar a este pueblo viejo, de bardas de adobe carcomidas por el viento, de álamos altos, se ven vehículos mal estacionados, como aventados a medio camino: por ahí una camioneta roja con vidrios rotos, más allá otra con las puertas abiertas, como si sus tripulantes hubieran salido corriendo. Huyendo de algo, de alguien.

Sobre la carretera, en vez de un letrero que dé la bienvenida a El Alamillo se ven los restos de lo que era la tienda Diconsa: la puerta sin tranca, el negocio abandonado y saqueado, el tizne cubriendo la fachada de colores que lucía antes del incendio.

Esa quemazón arrasó varias casas y negocios. Las estructuras con los puros muros de pie, los muebles reducidos a ceniza, las láminas del techo achicharradas en el suelo, indican que el año pasado aquí se libró una guerra.

En el recorrido por este pueblo de álamos pelones de hojas y de ramas enredadas como marañas, sólo se ve un ánima a lo lejos: es un anciano que se espanta el frío cobijándose con los rayos de sol, como lagartija, afuera de su casa de adobe.

Este mismo paisaje de casas abandonadas o quemadas se aprecia en varios de los pueblos que rodean la Laguna Babícora, donde comienza la zona serrana de Chihuahua denominada la Alta Babícora, a medio camino entre la Sierra Tarahumara y Ciudad Juárez. La zona que el año pasado sufrió la barbarie.

De pronto, de entre el abandono, aparece una mujer que estaciona su auto en la única tienda abierta del pueblo, afuera de la casa que en lugar de sala tiene anaqueles para exhibir alimentos.

“Quedamos pocos, antes aquí vivíamos muchos. En la primaria quedaron seis niños nomás, están viendo si la cierran, igual la secundaria”, comenta.

La dueña de la tienda agrega: “Antes había más tiendas, ahora somos la única que queda, pero no tenemos clientes”.

Hasta hace un mes esta tienda tuvo competencia, pero las otras fueron cerrando por quemazón o abandono, cuando las sombras de la muerte comenzaron a pasearse por las calles. La dueña de la única tienda y su marido no se fueron. Él es mecánico, los dos tienen trabajo; pero sus hijos chiquitos andan en la vagancia: se quedaron sin escuela.

“El kínder cerró, no hay niños. Voy a ver si a este puedo inscribirlo en Gómez”, dice la mujer y señala al niño, que le pide de los dulces exhibidos en los anaqueles. Gómez Farías es cabecera del municipio vecino.

La única clienta se aleja por el llano, amarillo de tan seco, de árboles pelones con sus ramas como marañas, como de película de olvido.

El paisaje es tan desolado como lo cuentan.

El Alamillo es un pueblo del noroeste de Chihuahua, en la zona del silencio, porque de la violencia que ocurre aquí no se habla. Se queda en rumor. Eventualmente sale publicada en algún diario local con denuncias anónimas.

“Esa zona está prácticamente asolada porque muchos se van huyendo. Los que pueden se van a las ciudades, Cuauhtémoc, Chihuahua, Juárez o a Estados Unidos, a Nuevo México y Texas, con sus parientes. Otros anduvieron vagando mucho tiempo en la frontera. Unos estuvieron en Palomas, sin trabajo, incluso muriendo de hambre con sus familias porque no querían regresar ahí. Y los que se quedan son interrogados y acosados por los soldados, que les dicen: ‘A ti te protege el cártel. ¿O porqué no huiste? ¿No serás de ellos?’”, dice el diputado local Víctor Quintana.

Y para Gabino Gómez, dirigente de El Barzón en Chihuahua, esta “es tierra de nadie”. Así se lo dijo en diciembre a los generales de la región militar encargados del Operativo Conjunto Chihuahua, en una reunión que tuvieron con las organizaciones de la sociedad civil, que les reclamaron por sus excesos.

Los reflectores de la violencia los acapara Ciudad Juárez, con su récord sostenido de asesinatos, pero la zona rural de Chihuahua, con su nervadura de caminos y brechas que conecta la Sierra Tarahumara con la frontera en una línea, acumula mala fama como albergue de narcocultivadores, y su estela de violencia y sufrimiento.

El día en que se hizo este recorrido por la zona, el municipio de Madera, al que pertenece Alamillo, amaneció con una noticia: levantaron a un hombre frente a la presidencia municipal, a plena luz del día.

–Era don Tino, era de aquí. Fueron por él unos encapuchados y se lo llevaron enfrente de su hija. Ella se engaruñaba a su chamarra, no quería dejar que se lo llevaran, pero se lo quitaron –comenta una anciana del vecino pueblo de Nicolás Bravo, que también luce casas quemadas.

–¿Seguido desaparece gente?

–Hace dos semanas se llevaron a otro muchacho; a él lo encontraron con las manos mochadas –responde.

Nicolás Bravo tiene tramos que parecen escenarios de guerra. Ahí están la Refaccionaria y Ferretería Vázquez, con sus paredes ahumadas y el techo vuelto chatarra. La misma suerte corrió una casa amplia cuyas bardas eran coronadas por figuras de águilas. Otra casa rosa, que se veía de lujo, quedó convertida en una tapia abandonada con los puros muros de pie, con vista al cielo.



La ruta Madera-Ciudad Juárez



Desde el año pasado, en estos dos pueblos vecinos comenzó a notarse el movimiento. En el Diario de Juárez se informó que al menos 15 familias habían huido, luego se manejó que 50.

“Yo he visto familias con las camionetas cargadas o gente que se fue de plano sin nada”, comenta un camionero asignado a esa zona. Él, como la mayoría, tiene miedo de hablar y no quiere ser citado por su nombre.

Es la conjunción de brechas como nervios que conectan la región. La “Y” de Madera a Ciudad Juárez, que tiene ramificación por Villa Ahumada: donde cualquiera puede estar y al día siguiente desaparecer.

Los relatos de lo que ocurre en esta zona, que el diputado Quintana nombra como “la Y de la muerte”, parecen increíbles. Por ejemplo, la aparición del comando armado que en segundos inmovilizó a las decenas de asistentes a una carrera de caballos, asesinó a tres y se llevó por lo menos a otros tres, aunque la gente rumora que desaparecieron más. La mujer que le escribió al presidente de la República pidiéndole que draguen la presa El Tintero porque tiene la sospecha de que sus hijos desaparecidos están ahí, ahogados. Los buzos contratados para buscar a un borracho que podría haberse ahogado en la misma presa...

“Fue en la presa El Tintero, límites de Buenaventura y Namiquipa. Iban a buscar a un señor ahogado y los buzos encontraron en el fondo dos vehículos con gente dentro. Esto no fue público, no salió. La información se queda corta”, dice Gabino Gómez sobre este suceso.

Fue público el éxodo apresurado de familias enteras que vieron arder sus casas o el asesinato de uno o varios de sus miembros. También se sabe que en esta región nadie quiere ser policía, están vacantes algunas alcaldías y faltan regidores, los que había están muertos, renunciados, huidos o desaparecidos.

En esta zona desaparecieron cuatro policías rurales y un teniente del Ejército cuando se trasladaban del Valle de Juárez al cuartel de Madera. Sus familiares recorrieron el camino por tierra y rentaron una avioneta, pero parece que se los tragó la tierra. Aquí también los narcos levantaron a un alto mando de inteligencia de la Policía Federal, cuyo cuerpo fue encontrado en el tiro de un pozo. Pronto la región se llenó de militares en busca de narcos y se atizó la violencia.

Se dice que estos caminos tienen ojos, porque los vigilantes de los narcos están en todas partes.

Un agricultor de esta región, donde se ven grandes extensiones de tierra con ganado y áreas con huertas de manzanos, cuenta lo que es el miedo cotidiano de convivir con los narcos:

“En mi huerta encuentro un vehículo con gente cuidando la carretera. Si avanzas otros kilómetros, se ve otro, y más adelante otro... Así está todo el camino, eso se da en toda la región. Si no lo conocen a uno, es arriesgado andar en los caminos porque lo detectan, lo paran, lo cuestionan. Te dicen: ‘Sabemos que fuiste a tal lado y que vienes de tal otro, tú ya no pasas por acá’.”

Otro vecino comenta: “La seguridad en la zona está a cuenta de gente a pie, a caballo, en vehículos o unos que están poniendo botes junto a la carretera y que pasan información a los narcos sobre quién pasa. Antes eran visibles porque estaban en vehículos parados al lado de la carretera, pero ahora se visten como si estuvieran en las labores del campo”.

Otro narra: “Llegan a los ranchos o bodegas de la gente y las abren y meten autos robados. Y tú sabes que están ahí y te aguantas, no puedes decir nada. A un conocido lo mataron porque se negó a que su bodega la usaran para guardar un vehículo robado. Lo levantaron, lo mataron y lo aventaron por ahí”.

Por estos lugares la consigna parece ser no hablar. Todos parecen miedosos. Los repartidores de productos cuentan que a veces corren la mala suerte de ser detenidos, interrogados, asaltados o golpeados por transitar en una mala hora. La advertencia que recibieron de parte de los capos locales es que los caminos deben estar despejados por las noches. Dice un repartidor:

“A las ocho de la noche ya no sales, desde que se mete el sol estás refugiado en tu casa. La gente ya no viaja de noche por esos caminos, se corre el riesgo de que la paren y pueden pasarle varias cosas. Porque los narcos y los militares ponen retenes en el camino. Si el retén es de los narcos, lo mínimo que te pasa es que te dan unos aventones y madrizas en el mejor de los casos, cuando no roban tu celular, tu cartera o el vehículo, si les gusta, o hasta puede que te lleven y te maten, Y el Ejército, cuando te para, también te golpea y roba posesiones.”



Desapareció hasta el gobierno



Algunos pueblos se salvaron de la barbarie, como El Porvenir del Campesino, un pueblo desolado, de casas de adobe y alambres de púas que delimitan potreros, donde presumen que están alejados de la trama de las drogas.

“Acá vive pura gente mayor, puro campesino. Todos nuestros hijos se fueron a Estados Unidos y desde allá nos mandan dinero”, dice un ranchero con la ropa desgarrada, que camina cerca de la tienda Los Diablos, un cuarto estrecho y desolado como el pueblo mismo.

Víctor Quintana señala que los municipios de Gómez Farías, Madera, Zaragoza, Temósachi, Matachic y Namiquipa tienen muchos desaparecidos.

“Es como una “Y” de la muerte que conecta de un lado con el Valle de Juárez a Villa Ahumada y forma un camino de brechas clandestinas a la sierra, a la parte productora (de enervantes)”, describe.

El legislador estatal hace una relatoría de las tragedias conocidas: primero fue ejecutado el comandante de la policía de Galeana. El año pasado se inauguró con la desaparición del comisario ejidal de Gómez Farías, Raúl Rascón. En marzo de 2009 los narcos quemaron casas en El Alamillo y Nicolás Bravo, y se llevaron a varias personas, entre ellas dos maestros, a los que sus padres buscaron por meses.

Sigue: el 1 de febrero, en la carrera de caballos de El Terrero, Namiquipa, mataron a tres y se llevaron al menos a otros tres, aunque aún hay gente que afirma que fueron muchos más. Un regidor de Madera que se opuso a esos ataques tuvo que irse de la región porque le quemaron la casa y golpearon a su familia. De Nuevo Casas Grandes se fueron empresarios y agricultores por la ola de secuestros y las constantes extorsiones. En la zona incluso hubo secuestros de niños.

“En toda esa región de la Alta Babícora: Namiquipa, Nicolás Bravo, Soto Maníes y Madera, hay gran cantidad de casas quemadas. En El Alamillo acabaron con familias completas; los que no murieron huyeron”, dice Quintana.

Gabino Gómez resume: el narcotráfico siempre ha existido en la zona y la gente de ahí no se escandalizaba porque se mantenía en bajo perfil, guardaba su distancia. “Pero ahora se desataron los demonios”, admite.

Relata que durante los operativos, las escuelas cerraban abruptamente cuando empezaba la violencia y rápidamente iban los papás a sacar a sus niños de la escuela, desde los de kínder hasta los del telebachillerato.

Ahora, señala Felipe Ruiz, dirigente de la organización de derechos humanos Cosyddhac, “nos manejamos en una carencia de información, es difícil que la gente denuncie porque tiene miedo, y cuando denuncia no pasa nada. Recibimos quejas contra el Ejército, el general Espitia nos dice que eso que dicen no es cierto. Y mientras, hay mucha violencia y mucha oscuridad, porque no hay elementos sobre los cuales poder bordear la verdad”.

La desaparición forzada más reciente ocurrió en otro tramo de esta maraña, en el ejido Benito Juárez. Este caso, según los testigos, involucra al Ejército. El 26 de diciembre unas personas que la gente identifica como militares se llevaron a dos mujeres y a un hombre, miembros de la familia Alvarado, y aunque el Ministerio Público les confirmó que fue un operativo del Ejército, éste lo negó y no volvió a saberse el paradero de las personas.

Gabino Gómez ofrece otro dato: “Yo les señalé a los militares que en la región del noroeste, en la zona rural, no hay gobierno, porque sólo se enfocan en Juárez y en las ciudades, pero en el campo hay pueblos tomados por el crimen organizado, que siembra terror, y la llegada del Ejército no resuelve nada por los abusos que comete, el robo de vehículos. Sus camiones parecían casas de mudanza de tan cargados que iban de muebles.

“Es la región que va desde Namiquipa hasta la frontera, pasando por Gómez Farías, Buenaventura, Janos, Ascensión, Zaragoza, Galeana, Casas Grandes... que es una línea real, que es la zona donde desapareció el gobierno.”



Este texto se publicó en la edición 1734 de la revista Proceso que empezó a circular el sábado 23 de enero.

LA GUERRA POR JUAREZ

Armando Ponce


MÉXICO, D.F., 1 de febrero (apro).- ¿Cómo puede una ciudad ser el escenario de uno de los conflictos más cruentos en la historia de Latinoamérica?

A partir de esta pregunta se organiza una compilación que Alejandro Páez Varela realiza con textos periodísticos sobre el enfrentamiento entre el gobierno federal y los grupos criminales.

El escritor escogió materiales de siete periodistas chihuahuenses, incluido él, para conformar el libro La guerra por Juárez, que Editorial Planeta circula en su colección “Temas de Hoy”.

El libro se subtitula “El sangriento corazón de la tragedia nacional”, y los autores son: Ignacio Alvarado Alvarez, Miguel Angel Chávez Díaz de León, Enrique Lomas Urista, José Pérez Espino, Sandra Rodríguez Nieto, y Marcela Turati, esta última reportera del semanario Proceso.

El siguiente es el fragmento inicial del prólogo, del coordinador, titulado Ciudad Juárez, la firma de un sexenio:

“Cuando el gobierno del presidente Felipe Calderón Hinojosa concluya, habrán muerto por lo menos treinta mil individuos en la guerra de las drogas. Y digo ‘por lo menos treinta mil’, porque una proyección con los datos acumulados de la primera mitad del sexenio (2006-2009), periodo en el que se basa este libro, podría arrojarnos una cifra muchísimo mayor. De manera tendencial, a causa de esta tragedia inédita, los mexicanos nos matamos en mayores cantidades semana tras semana, año tras año. La guerra parece no tener fin, o peor: tiende a complicarse, multiplicarse, extenderse y volverse más compleja.

“Como sucede en México, el sexenio acabará, los ciudadanos nos tragaremos los errores de los políticos en turno y ellos se irán sin ninguna responsabilidad a sus negocios, a sus mansiones. Pero esta vez quedarán los muertos. El sexenio de Calderón estará marcado por la sangre y no por triunfo alguno, porque no hay analista, sociólogo o especialista que crea que esta guerra será ganada por el Estado; la evidencia tampoco parece sugerirlo. Los muertos seguirán acumulándose incluso después de este presidente. Y resulta que casi un cincuenta por cierto de estos muertos caerá en Chihuahua y, principalmente, en Ciudad Juárez.

“Nunca hubo una matanza tan grotesca y tan sangrienta en este país. Nunca en el México moderno. Esta enorme cicatriz marcará a la nación en todas sus expresiones. Lo reflejarán en el futuro inmediato la sociedad, el periodismo, las artes, la literatura. Quedará para los libros de texto.

“Y por primera vez un presidente perderá el derecho a ser recordado por las obras realizadas en su propio terruño. Recordemos que Agualeguas apareció en el mapa por Carlos Salinas de Gortari. Celaya y sus vecindades estuvieron en la escena pública por Martha Sahagún y su esposo, Vicente Fox. Lo mismo pasó con Colima durante el mandato de Miguel de la Madrid. Aunque Ernesto Zedillo creció en Mexicali y en Pueblo Nuevo, nació en el Distrito Federal --como José López Portillo--, que no necesita un empujón porque guarda de por sí la importancia de ser la sede de los poderes federales.

“Esta vez, se recordará al jefe del Ejecutivo por sus ‘logros’ fuera de casa. Felipe Calderón Hinojosa pasará a la historia por Ciudad Juárez, ejemplo extremo del daño provocado por su estrategia fallida.

“Escribí hace unos meses en El Universal: ‘Imaginemos que la estrategia de la lucha contra los narcos fue al correcta. Que estamos equivocados, que insistimos en que llenar las calles de militares y empuñar las armas no era la respuesta, sino el trabajo de inteligencia contra los jefes de los cárteles y la investigación que lleve al arresto de la élite que lava los miles de millones de dólares sucios en el sistema financiero. Asumamos que los que pedimos programas sociales para rescatar a consumidores y a vendedores menores, así como una cruzada contra las adicciones, estamos en el rumbo equivocado. Digamos que esta guerra razonada, y que los que afirmamos que fue un arrebato populista (pensado por políticos adictos a la encuestas) estamos en el error.

“Así, por supuesto, cada muerto tendrá sentido. Esos agentes federales, esos ‘de a pie’; la tropa siempre tan sufrida; los civiles, los niños, los inocentes, la señora de la esquina, el señor que siempre fue honrado, los que pasaban por allí, todos, todos habrán muerto porque la patria y el futuro de ésta bien merece grandes sacrificios.

`Pero, ¿y si la estrategia de la guerra está equivocada? ¿Quién cargara con esos treinta mil muertos, producto de un error? ¿Se acaba el sexenio y todos a sus casas, así como así?’

‘Y si a pesar de las advertencias la guerra continúa como va, con vehículos artillados y ametralladoras en cada esquina; con helicópteros y cateos si órdenes de aprehensión; con crecientes quejas de violaciones a los derechos humanos. Si a pesar de las múltiples peticiones de que se revise la estrategia se le mantiene, aunque nunca se le gane al narco, ¿quién dará la cara a las treinta mil familias? y les dirá: ‘Esto pudo ser evitado. Disculpe usted.’

“En este libro participa un grupo de periodistas con reconocimiento público por su valentía y honradez. Reporteros todos ellos --incluido quien esto escribe-- de los principales medios nacionales y regionales (El Universal, Reforma, Día Siete, Proceso, El Diario de Juárez), los unes varias particularidades, entre otras ser juarenses por adopción y chihuahuebnses de origen (...)”.

El imperio del narcoterrorismo

Juan Villoro



MÉXICO, D.F., 2 de febrero (Proceso).- Juan Villoro, colaborador asiduo de Proceso, obtuvo el jueves 28 el Premio de Periodismo Rey de España por su crónica La alfombra roja. El imperio del narcoterrorismo, publicada en Clarín de Buenos Aires en 2008 y, en febrero del año pasado, en El Periódico de Catalunya, que propuso el texto para el concurso. Con la generosa autorización del escritor, reproducimos íntegro el trabajo premiado en el que Villoro nos muestra la gramática del espanto en la que estamos inmersos.
De acuerdo con el axioma de Andy Warhol, en el futuro todo mundo será célebre durante 15 minutos. Esta utopía de la dicha tiene sentido en una sociedad del espectáculo. La cultura política mexicana prestigia la felicidad del modo opuesto: lo importante no es lo que se ve, sino lo que se oculta. Un destino logrado no desemboca en la celebridad; se cumple en secreto. La utopía mexicana ha consistido en disponer de 15 minutos de impunidad.
Durante 71 años (1929-2000), el PRI gobernó sin perder ni ganar elecciones democráticas. Se perpetuó a través de una rotación de camarillas que confundían lo público y lo privado, y renovaban esperanzas similares a las de los concursos de feria: “si ahora no te fue bien, el próximo gobierno de la Revolución te hará justicia”.
Ajeno a la transparencia y la rendición de cuentas, el modo mexicano de gobernar transformó el lenguaje vernáculo con una gramática de sombra. La política se rebautizó como la “tenebra” y los arreglos importantes se hicieron en lo “oscurito”. La llegada de la luz resultaba peligrosa; el conspirador debía actuar al cobijo de la nocturnidad y adelantarse a su adversario para “madrugarlo”. En su novela La sombra del caudillo (impecable retrato de los generales revolucionarios que se convirtieron en políticos en los años veinte del siglo pasado), escribió Martín Luis Guzmán: “El que primero dispara, primero mata. Pues bien, la política de México, política de pistola, sólo conjuga un verbo: madrugar”.
Oficio de tinieblas, el ejercicio del poder dependió durante casi un siglo del valor político de lo inescrutable.
Terminado el monopolio del PRI, los códigos de la impunidad se disolvieron sin ser sustituidos por otros. ¡Bienvenidos a la década del caos! A ocho años de la alternancia democrática, México es un país de sangre y plomo.
El predominio de la violencia ha disuelto formas de relación y protocolos asentados desde hacía mucho tiempo. Los medios de comunicación ampliaron su margen de libertad, pero trabajan en un entorno donde decir la verdad es progresivamente peligroso. De acuerdo con Reporteros sin Fronteras, México ha superado a Irak en número de secuestros y asesinatos de periodistas. En este nuevo escenario, los sucesos se confunden con simulacros. Un ambiente de naufragio donde la ausencia de principios se disfraza de pragmatismo o medida de emergencia. Los trueques son los de una mascarada: el clero apoya al PAN en Jalisco y recibe a cambio una limosna inmoderada; el sindicato de trabajadores de la educación (el más grande América latina) ofrece más de un millón de votos a Felipe Calderón y obtiene puestos en áreas de gobierno tan decisivas como la seguridad nacional; los monopolios hacen una guerra sucia en los medios durante la campaña presidencial de 2006, presentando al candidato de la izquierda como “un peligro para México”, y reciben un trato que elimina la competencia. Al modo de los Cuatro Fantásticos, los Poderes Fácticos gobiernan en la sombra. La impunidad no desapareció cuando el PRI perdió la Presidencia; se dispersó en medio del desconcierto. Esto ha traído una extraña nostalgia del autoritarismo del partido oficial, que “al menos sabía robar”.
En la hermética tradición de la política mexicana, los protagonistas salían de escena y morían sin hacer revelaciones ni dejar diarios comprometedores. Nada tenía mayor peso que el secreto ni mayor jerarquía que los gestos. La misión del periodista consistía en descifrar signos casi esotéricos. Cada ademán era estudiado al modo de un lance taurino o una pose de teatro kabuki: si el presidente estaba de buen humor, pedía huevos rancheros en su desayuno de los lunes; si en esa misma sesión llegaba a los frijoles refritos sin dirigirle la palabra a su secretario de Gobernación, el cambio de gabinete era inminente.
La gastronomía política sigue hoy un curso muy distinto. Estamos ante un bufet donde todos se arrebatan los platos, gritan al mismo tiempo y se llevan las sobras en un tupperware.
La crisis de gobernabilidad tiene como correlato una crisis de los mensajes. El Ejecutivo es ya incapaz de determinar la agenda de la información. Si durante siete décadas declarar fue más importante que gobernar (el bienestar como promesa que no admitía refutación), ahora el presidente aparece en las noticias durante unos segundos entre dos asesinatos, un parpadeo oficial en medio de las metralla. En este contexto, el crimen organizado ofrece la nueva simbología dominante.
El narcotráfico suele golpear dos veces: en el mundo de los hechos y en las noticias donde rara vez encuentra un discurso oponente. La televisión acrecienta el horror al difundir en close up y cámara lenta crímenes con diseño “de autor”. Es posible distinguir las “firmas” de los cárteles: unos decapitan, otros cortan la lengua, otros dejan a los muertos en el maletero del automóvil, otros los envuelven en mantas. En ciertos casos, los criminales graban sus ejecuciones y envían videos a los medios o los suben a YouTube después de someterlos a una cuidadosa posproducción. La mediósfera es el duty free del narco, la zona donde el ultraje cometido en la realidad se convierte en un informertial del terror.
Los cárteles aplican la legislación de la sangre descrita por Kafka en La colonia penitenciaria. La víctima ignora su sentencia: “Sería absurdo hacérsela saber puesto que va a aprenderla sobre su cuerpo”. El narco se apoya en el discurso de la crueldad (cruor: “sangre que corre”) donde las heridas trazan una condena para la víctima y una amenaza para los testigos. El jus sangui del narco depende de una inversión kafkiana de los episodios legales; la sentencia no es el fin, sino el comienzo de un proceso; el anuncio de que otros podrán ser llamados a “juicio”. “Si no haces correr la sangre, la ley no es descifrable”, escribe Lyotard a propósito de La colonia penitenciaria. Tal es el lema implícito del crimen organizado. Su discurso es perfectamente descifrable. En cambio, la otra ley, la “nuestra”, se ha difuminado.
La narcocultura amplió su radio de influencia a través de los narcocorridos, muchas veces pagados por los propios protagonistas. En la confusión ambiente, los trovadores vinculados al crimen gozan del dudoso prestigio de lo ilegal que reclama un carisma a contrapelo y se somete a la “moral del pueblo”. Sus deprimentes acordeones acompañan una saga de la rapiña que, por más que lleve alumbrado y carreteras a las comunidades que cultivan la amapola, no resiste la comparación con Robin Hood. Aunque suene curioso o divertido o folclórico cantar las peripecias de quienes llevan “hierba mala” al otro lado, los narcocorridos pertenecen a un sector que mueve 10% de la economía (lo mismo que el petróleo) y causa decenas de asesinatos al día. Tomados como documentos del hampa, son reveladores. Lo extraño es que han ganado espacio en las estaciones que transmiten música popular y aun en las antologías de literatura. En nombre de un incierto multiculturalismo, hace un par de años un grupo de escritores protestó porque dos narcocorridos fueron suprimidos de un libro de texto. En su queja pasaron por alto que esas letras no se estudiaban en una clase sobre problemas de México, sino sobre literatura, sustituyendo a Amado Nervo o a Ramón López Velarde. El narco ha contado con la anuencia de las estaciones de radio a las que amenaza o subvenciona (los términos son rigurosamente intercambiables) y con la empatía antropológica de quienes sobreinterpretan el delito como una forma de la tradición.

Tecnología del instante: el terror paga en efectivo

De acuerdo con J. G. Ballard, “El ‘hecho’ capital del siglo XX es la aparición del concepto de posibilidad ilimitada. Este predicado de la ciencia y la tecnología implica la noción de una moratoria del pasado –el pasado ya no es pertinente, y tal vez esté muerto– y las ilimitadas posibilidades accesibles en el presente”. La técnica permite una gratificación instantánea de los deseos y altera las costumbres. Las redes de distribución del consumo y los inventos progresivamente baratos hicieron que el siglo XX desembocara en la impulsividad recreativa, donde la satisfacción es tan inmediata que resulta irónico que los Rolling Stones canten I can get no satisfaction. En la época de los placeres programados, la insatisfacción es una queja malévola o el peculiar anhelo del dandy.
Esta descarada tendencia a la satisfacción exprés se ha aliado en México con la impunidad. En el mundo narco, la supremacía del presente se cumple a través de un ménage à trois del dinero rápido, la alta tecnología delictiva y el dominio del secreto. El pasado y el futuro, los valores de la tradición y las esperanzas planeadas, carecen de sentido en ese territorio. Sólo existe el aquí y el ahora: la ocasión propicia, el emporio del capricho donde puedes tener cinco esposas, comprar a un sicario por mil dólares y a un juez por el doble, vivir al margen del gusto y de la norma, entre el colorido horror de las camisas de Versace, jirafas de oro macizo, joyas que parecen insectos de la Amazonía, un reloj que da la hora por 300 mil dólares, botas de avestruz azul turquesa.
La gratificación de lo ilimitado, a la que aspiran los nuevos modos de comportamiento (de Internet al iPod, pasando por la presencia instantánea del dinero en las computadoras, el tráfico de personas y las marcas globalizadas), adquiere en el relato del crimen el amparo de lo oscuro: 15 minutos de impunidad para cualquiera.
Como han documentado Luis Astorga y Renato González Valdés, el narcotráfico era hace 50 años un tema regional ubicable en el noroeste de México. Hoy en día involucra los flujos del dinero planetario.
La reacción psicológica ante una amenaza que crece y riega dinero ha sido darle la espalda, relegarla al espacio sin luz donde sólo existe el presente, el hoyo negro que aumenta su diámetro a diario y repliega el “horizonte de los acontecimientos”, la extraña frontera donde existe el tiempo, donde el presente es consecuencia de lo que pasó y antesala de lo que vendrá.
El narcotráfico ha ganado batallas culturales e informativas en una sociedad que se ha protegido del problema con el recurso de la negación: “los sicarios se matan entre sí”. Más que una rutina aceptada o una indiferente banalización del mal, las noticias del hampa han producido un efecto de distanciamiento. Siempre se trata de desconocidos, gente lejana o rara, que sabrá por qué la degüellan.
Cada mañana los periódicos publican un rojo marcador: los 12 decapitados de ayer en Yucatán son relevados por los 24 ejecutados de hoy en el parque nacional de La Marquesa. Sin embargo, el instinto de supervivencia ha llevado a aislar mentalmente las zonas de violencia. Mientras los que se aniquilen sean “ellos”, estaremos a salvo.
El narco ha sido durante demasiado tiempo el “expediente equis”, la realidad paralela, la dimensión desconocida, el hoyo negro. Julio Scherer García, decano del periodismo independiente en México, acaba de publicar un libro revelador: La Reina del Pacífico. Durante meses, Scherer visitó a Sandra Ávila en el penal donde se encuentra desde el 28 de septiembre de 2007. Presentada ante los medios como si fuese La Reina del Sur, el personaje de Arturo Pérez Reverte, Ávila tiene todo lo necesario para cautivar al ojo público. Es una mujer hermosa, fuerte, desafiante, capturada por un mandatario débil, que se fracturó al caer de una bicicleta (un accidente de kindergarten), disminuido por los uniformes que le gusta lucir (en su cuerpo, todos parecen talla XL). La Reina llegó como una presa irresistible para un presidente de pie pequeño. Su exhibición forma parte de una estrategia de propaganda que no logra mitigar los duros impactos del narcotráfico.
De acuerdo con lo que le dice a Scherer, la participación de Ávila en el delito ha sido menos directa y en cierta forma más alarmante de lo que sugieren sus captores. A sus 44 años, no ha conocido otra vida que el narcotráfico. Habla de ese medio como Sofía Coppola podría hablar del cine. Ha frecuentado a todos los capos de interés, fue secuestrada por un novio delincuente, contrajo dos matrimonios con narcos (uno de ellos era un comandante corrompido), padeció el secuestro de su hijo adolescente, ha visto morir gente a sus pies, ha tenido a su disposición todas las fiestas, todas las alhajas, todos los coches, todas las mansiones que sólo se habitan por un par de semanas, todo exceso adquirible en riguroso efectivo. Aunque estudió un semestre de periodismo en la Universidad Autónoma de Guadalajara, no sabía quién era Julio Scherer, el periodista más conocido del país. Durante 44 años vivió en una región aparte, como los participantes del proyecto Biósfera 2000.
Javier Marías ha comentado que la serie Los Soprano depende de mostrar la vida privada de los gángsteres y permitir un acceso insólito –un pase hacia dentro sin riesgo de muerte– a la zona donde los mafiosos son como nosotros y tienen problemas con la escuela de sus hijos. Desde su propia perspectiva, el narco depende de eliminar el afuera y asimilar todo a su vida privada: comprar el fraccionamiento entero, el country club, el estadio de futbol, la delegación de policía, la burbuja que puede habitar Sandra Ávila. En este Second Life de la vida real no hay que fingir ni que ocultarse porque los espectadores ya han sido comprados.
La Reina del Pacífico no parece la estratega del mal que le urge al presidente, sino algo más común y terrible: la consorte del ultraje. Ha vivido una vida plena y completa sin pasar un momento por la legalidad. Lo más asombroso no es su jerarquía en el delito, sino que haya cumplido con “normalidad” todos los protocolos de la subcultura en que nació (su única queja es no haber sido hombre para tener mayor protagonismo). De niña a viuda, ha tenido una trayectoria que se lee como un camino de superación personal que hace años era exclusivo de Sinaloa, sede del cártel del Pacífico, y ahora pertenece al país entero, una lógica donde ningún derroche es desperdiciable. Si alguien considera que un artificio llamado Rolex Oyster Perpetual Date tiene suficientes nombres para satisfacer a la Reina, se equivoca. Sandra Ávila tenía 179 joyas de ese tipo. Estos excesos de caja fuerte se complementan con el dispendio de armamento. Después de un crimen, los sicarios abandonan 15 o 17 ametralladoras AK-47, muestra de que su arsenal no tiene fondo.

La puesta en escena de lo real

La teatralidad del narco depende de las balas y la tortura, pero también del desperdicio de armamento y del disfraz, que permite ser miembro transitorio de cualquier cuerpo policiaco. Los cárteles se han infiltrado de tal modo en el poder judicial que no sorprende que cuenten con todo tipo de uniformes reglamentarios. Lo raro es que la policía, cómplice del delito, lleve uniforme.
Ajeno a la noción de frontera, el narcotráfico pasa con fluidez de la vida privada a las regiones, cada vez más remotas, de la vida civil que aún no ha comprado. En su inserción en el dominio público, el capo no requiere de más pasaporte que un apodo; puede asumir un sobrenombre de teodicea (El Señor de los Cielos), ranchería (Don Neto) o dibujos animados (El Azul). Los más temibles son los que insinúan una coquetería femenina que los hechos refutan con fiereza: La Barbie, El Ceja Güera.
Como los superhéroes, los narcos carecen de currículum; sólo tienen leyenda. Desconocemos a sus pares en los Estados Unidos. En México son ubicuos e intangibles. Lo mismo da que se encuentren en un presidio de máxima seguridad o en una mansión con jacuzzi de concha nácar, pues no dejan de operar.
Curiosamente, la negación de la violencia ha dado paso a un temor muy informado. Para certificar que los capos son los “otros”, seres casi extraterrestres, memorizamos sus exóticos alias e inventariamos sus dietas de corazón de jaguar con pólvora o langostinos espolvoreados con tamarindo y cocaína.
Sin embargo, el rango de operación del narco creció en tal forma que cada vez cuesta más concebirlo como una remota extravagancia nacional. Los Soprano es ya el reality show que ofrecen los vecinos.
El paisaje ha cambiado con las inversiones del dinero ilícito. Cualquier ciudad mexicana dispone de suficientes locaciones para filmar la muerte de un capo o de un comandante. Ahí está el restaurante ideal, un château de plástico y neón donde meseras en minifalda sirven costillas de brontosaurio, junto a una concesionaria de Mercedes Benz y un hotel que semeja una mezquita con cúpulas de plexiglás. Ciudades como Torreón o Mérida, que hasta hace poco tenían fama de tranquilas porque se presumía que los narcos habían fincado ahí su residencia y no las usaban para “trabajar”, también han sido escenario de ajusticiamientos.
En la nueva atmósfera del miedo, 10 mil empresas ofrecen servicios de seguridad y cerca de 3 mil personas se han injertado un chip bajo la piel, del tamaño de un grano de arroz, para ser detectados por radar en caso de secuestro.
La estrategia defensiva de no mirar o de asumir que los atracos ocurren lejos, en un parque temático del ajuste de cuentas para el que por suerte no tenemos entradas, se ha venido abajo. El 15 de septiembre, día de la fiesta de Independencia, dos granadas fueron lanzadas contra una indefensa multitud en la plaza principal de Morelia. El atentado coincidió con otro, de orden virtual: los habitantes de Villahermosa recibieron correos electrónicos que los señalaban como candidatos al secuestro. El crimen ya no puede ser relegado a la región tranquilizadora de lo ajeno.
El presidente Calderón pasó por elecciones muy impugnadas que dividieron al país. Para realzar su fuerza, ordenó que el Ejército patrullara el país. Este anuncio de que la confrontación era posible, provocó que los cárteles combatieran entre sí y ejecutaran policías. Mientras los cadáveres aparecían en carreteras y cañadas, no se investigaron redes de financiamiento ni se detuvo a cómplices del crimen en el gobierno. El último alto funcionario arrestado por tratos con las mafias fue Mario Villanueva, gobernador de Quintana Roo, investigado en tiempos de Ernesto Zedillo, último presidente del PRI. Los dos gobiernos de la alternancia democrática han sido incapaces de investigarse a sí mismos y detectar los pactos que permiten que prospere el narcotráfico.
Hemos llegado a una nueva gramática del espanto: enfrentamos una guerra difusa, deslocalizada, sin nociones de “frente” y “retaguardia”, donde ni siquiera podemos definir los bandos. Resulta imposible determinar con un razonable grado de confianza quién pertenece a la policía y quién es un infiltrado.
El trato con el crimen ha derivado en un decisivo desplazamiento simbólico. Si durante décadas nos protegimos de la violencia pensándola como algo ajeno, ahora su influjo es cada vez más próximo.
Desde el arte, la instaladora Rosa María Robles anticipó esta resignificación del miedo. Su exposición Navajas, exhibida en Culiacán en 2007, incluyó la pieza “Alfombra roja”, que no se refería a la pasarela donde los ricos y famosos desfilan rumbo a la utopía de Andy Warhol, sino a las mantas de los “encobijados”, teñidas con sangre de las víctimas, la “colonia penitenciaria” que en 2008 cobró cerca de 5 mil víctimas. El momento irrepetible del crimen y las posibilidades ilimitadas del narcotráfico adquieren en esta pieza otro sentido. La sangre pasa al tiempo lineal, al suelo común donde la vida es tocada por el crimen.
Robles logró hacerse de ocho mantas en una bodega de la policía. Con ellas creo su “Alfombra roja”. Llevadas a una galería, se convirtieron en un dramático ready made. Duchamp pactaba con James Ellroy: el “objeto hallado” como prueba del delito. Robles puso en escena la impunidad por partida doble: mostró un crimen no resuelto y comprobó lo fácil que es penetrar en el sistema judicial y apropiarse de objetos que deberían estar rigurosamente vigilados.
Navajas dio lugar a una polémica sobre la pertinencia de reciclar objetos periciales. Sin embargo, el verdadero impacto de la obra fue otro: en la galería, las mantas brindaban una prueba muy superior a la que brindaron en la morgue.
Después de algunas discusiones, “Alfombra roja” fue retirada. Entonces Rosa María Robles tiñó una cobija con su propia sangre. El gesto define con acucioso dramatismo la hora mexicana. Todos tenemos méritos para pisar esa alfombra. De manera simultánea, el terror se ha vuelto más difuso y más próximo. Antes podíamos pensar que la sangre derramada era de “ellos”. Ahora es nuestra.

lunes, 1 de febrero de 2010

LOS TOPTEN DEL 2009 Y UN PILON JAJAJAJ

Por Lydia Cacho.
Por recomendación de las y los lectores de mi blog y siguiendo sus comentarios a lo largo de 2009, en este último dardo del año les presento la lista de las y los 10 personajes del año según el ránking popular. Vamos de lo mejor a lo peor. Espero que en 2010 nos vaya mejor.

Persistencia y congruencia: Isabel Miranda de Wallace. La señora nunca se alió a las autoridades para recibir trato especial; ella investigó, persistió y al final logró que arrestaran a los secuestradores de su hijo. Comprendió que el hecho de que las autoridades la escucharan y la recibieran no significaba que se hicieran aliados; por eso nunca le doraron la píldora entreteniéndola con foros y fotos en primera plana. Reivindicó el derecho constitucional a ser escuchada sin convertirse en parte de las élites del poder. Bien por ella.

Orgullo mexicano: José Emilio Pacheco recibió el premio Cervantes 2009. El gran poeta y prosista es además un ser humano extraordinario que sigue produciendo hermosas obras. México necesita más poetas y menos cínicos y Pacheco es una inspiración, un ejemplo para las y los mexicanos. Ha escrito en su poema “Fin de siglo”: No quiero nada para mí:/sólo anhelo lo posible imposible:/un mundo sin víctimas.

Héroes desconocidos: Francisco López Villaescusa, un joven de 22 años, reaccionó ante la desesperación de las familias y con su camioneta abrió dos boquetes en la guardería ABC. Gracias a ello pudieron salvar a más criaturas de morir quemadas. Cayetano, un vecino de la estancia, arriesgó su vida y sufrió quemaduras, pero sacó vivos a varios bebés y rescató los cuerpecitos de otros.

La neta del rock: Mientras otros cantantes usan causas nobles para hacerse publicidad gratuita, el grupo de rock Jaguares no quita el dedo del renglón contra el feminicidio y ha logrado que miles de jóvenes se unan a la organización Amnistía Internacional creando una cultura de derechos humanos. La persistencia hace la diferencia. Amnistía ha dicho que Jaguares ha sumado más activistas que el grupo U2 en sus conciertos.

El cínico del año: Mauricio Fernández, el alcalde de San Pedro Garza García, creó el primer grupo internacional de asesinos a sueldo al estilo paramilitar en México. Abrió la puerta a lo que en el futuro será una pesadilla criminal más para el país. Increíble que no hayan aprendido nada del caso colombiano.

La lengua de cobre para Beatriz Paredes. Se la ganó definitivamente gracias al rollo que se aventó para deslindarse de la responsabilidad de su partido respecto a cómo los gobernadores y legisladores del PRI se alinearon con el PAN y los obispos para arrebatar a las mujeres sus derechos sexuales y reproductivos. Que hay independencia plena y no hay línea ni corporativismo en su partido… simón dijo Bolívar.

El cantinflazo del año para Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación. Defendiendo al Estado mexicano ante la Corte Interamericana sobre los feminicidios en Juárez, aseguró que “las autoridades del Estado se comportan cada vez con mucho mayor apego al respeto a los derechos humanos”, y que hay grandes avances en “el tránsito institucional de México de los últimos 35 años, desde la parte política hasta la parte judicial, hasta la parte de las políticas de derechos humanos, tanto el Estado en su conjunto como las Fuerzas Armadas”. El góber precioso, Ulises Ruiz, Montiel, Miguel Ángel Yunes y Peña Nieto (Atenco) junto a Kamel Nacif, la familia Fox Sahagún y Emilio Gamboa dicen que sí es cierto, que sus derechos humanos están mejor protegidos que nunca.

El oso de oro se lo ganó Andrés Manuel López Obrador por creer que podía jugar al titiritero con Juanito, quien más que como Pinocho le salió como Chucky el muñeco enloquecido con el poder. La soberbia es mala consejera.

El pecado del año: Primero declaran que descubrir a sacerdotes pedófilos que circulan pornografía infantil en sus computadoras sólo demuestra que son humanos (piden compasión para sacerdotes violadores). Después promueven el encarcelamiento de las mujeres violadas que deseen abortar. Más tarde dicen que los homosexuales no irán al cielo por ir en contra de la ley de Dios. Los obispos de la Iglesia católica mexicana se preguntan por qué pierden credibilidad y adeptos por minuto. El pecado es estar cegados por la viga en ojo propio.

El arrepentido del año: Miguel de la Madrid confesó a Carmen Aristegui que la familia Salinas estaba vinculada con el narco y otras chuladas. A la mañana siguiente lo amenazó Salinas y se retractó argumentando enfermedad. La cola de los dinosaurios le cerró la puerta a la confesión culposa.

El pilón:

El guarro del año: Tiger Woods pasó de ser el gran caballero del golf mundial al machito más guarro y mentiroso del año. Evidenciado por su esposa y —hasta ahora 14 amantes— lo perdió todo por pensar con la cabeza entre las piernas. Su nuevo comercial diría: Viaje a Hawai: 30 mil pesos, zapatos de golf: dos mil pesos. Ser un cerdo misógino… no tiene precio.

Masacre en ciudad Juárez, generación 10 asesinada ¿quienes son los culpables?

Masacre en ciudad Juárez, generación 10 asesinada ¿quienes son los culpables?

AUMENTAN A 16 MUERTOS POR MASACRE | EJECUTAN A 13 ESTUDIANTES EN CIUDAD JUÁREZ | PROCURADURÍA ASEGURA QUE FUERON 11 | TESTIGO CONSIDERA QUE FUE UN ERROR
EXCÉLSIOR comunica que la masacre de quince jóvenes aparentemente sin vínculos con el narcotráfico en la fronteriza con Estados Unidos dejó a las autoridades sin explicaciones inmediatas y temen haya sido un ataque “fortuito” o “al azar”.
“No tiene una razón lógica, una razón concreta por la que se dio este evento, es algo que nos preocupa, actos de delincuencia fortuita como este o al azar, pudiera decirse… va mucho más allá de lo que había venido sucediendo y pone a Ciudad Juárez en una situación de mucho más peligro”, dijo el lunes el alcalde local José Reyes Ferriz.
El presidente municipal describió a las víctimas como “jóvenes buenos, jóvenes estudiantes, deportistas que no tienen nada que ver con actividades delictivas” y aseguró que una masacre como la ocurrida “es algo que no habíamos visto”, menciona EXCÉLSIOR.

Horror! Ahora si sálvese quien pueda si salimos vivos de aquí!!!a quien le debemos esta dantesca violencia ? a los carteles? no creo….por muy brutales que sean no van contra gente inocente ni tampoco se equivocan de esta manera tan escalofriantes, obra de mercenarios? , Este tiene un trasfondo fáctico, un experimento terrorífico, porque Juárez? porque no en las zonas de las cúpulas del poder?,Distrito federal? ….. Obscuro, guerra sucia, de intenciones de sembrar el terror en todas las dimensiones posibles para sostener una militarización infame, quieren someternos a un estado de sitio donde los abusos de autoridad son inconfesables?
Un Pinochet disfrazado? casualidad o coincidencia de un experimento macabro, todo parece indicar que eso es lo que se esta haciendo en Juárez principalmente protegiendo intereses ocultos de los que mueven todos el poder económico de esa zona. Esto merece otro análisis que nada tiene que ver con los pleitos de narcos…