martes, 2 de febrero de 2010

Los fantasmas de la Sierra Tarahumara


Los fantasmas de la Sierra Tarahumara
Marcela Turati


EL ALAMILLO, CHIH., 25 de enero (Proceso).- Entre la Sierra Tarahumara y Ciudad Juárez está la Alta Babícora, donde la reportera vio, del 11 al 14 de enero, cómo la pobreza de la tierra y de la gente ardió con un soplo del diablo. A los pueblos más apartados llegaron los narcotraficantes y, ante la total impotencia de los abandonados municipios, coparon caminos, mataron a los rejegos e incendiaron las casas. Los que no fueron levantados por sicarios, huyeron de los militares. Y los pocos que se quedaron siguen buscando al único desaparecido que, sin embargo, nunca estuvo presente: el gobierno.

En este pueblo no ladran los perros; sólo se escucha el silencio, a veces interrumpido por las camionetas que cruzan por la carretera y que a veces se meten por las calles de este paraje abandonado.

Es medio día y no hay gente en las calles. Tampoco se oyen voces en la escuela. Ningún metiche se asoma por la ventana para ver pasar a los viajeros. Las ventanas de varias casas están rotas y nadie se ha empeñado en cambiarlas.

Al entrar a este pueblo viejo, de bardas de adobe carcomidas por el viento, de álamos altos, se ven vehículos mal estacionados, como aventados a medio camino: por ahí una camioneta roja con vidrios rotos, más allá otra con las puertas abiertas, como si sus tripulantes hubieran salido corriendo. Huyendo de algo, de alguien.

Sobre la carretera, en vez de un letrero que dé la bienvenida a El Alamillo se ven los restos de lo que era la tienda Diconsa: la puerta sin tranca, el negocio abandonado y saqueado, el tizne cubriendo la fachada de colores que lucía antes del incendio.

Esa quemazón arrasó varias casas y negocios. Las estructuras con los puros muros de pie, los muebles reducidos a ceniza, las láminas del techo achicharradas en el suelo, indican que el año pasado aquí se libró una guerra.

En el recorrido por este pueblo de álamos pelones de hojas y de ramas enredadas como marañas, sólo se ve un ánima a lo lejos: es un anciano que se espanta el frío cobijándose con los rayos de sol, como lagartija, afuera de su casa de adobe.

Este mismo paisaje de casas abandonadas o quemadas se aprecia en varios de los pueblos que rodean la Laguna Babícora, donde comienza la zona serrana de Chihuahua denominada la Alta Babícora, a medio camino entre la Sierra Tarahumara y Ciudad Juárez. La zona que el año pasado sufrió la barbarie.

De pronto, de entre el abandono, aparece una mujer que estaciona su auto en la única tienda abierta del pueblo, afuera de la casa que en lugar de sala tiene anaqueles para exhibir alimentos.

“Quedamos pocos, antes aquí vivíamos muchos. En la primaria quedaron seis niños nomás, están viendo si la cierran, igual la secundaria”, comenta.

La dueña de la tienda agrega: “Antes había más tiendas, ahora somos la única que queda, pero no tenemos clientes”.

Hasta hace un mes esta tienda tuvo competencia, pero las otras fueron cerrando por quemazón o abandono, cuando las sombras de la muerte comenzaron a pasearse por las calles. La dueña de la única tienda y su marido no se fueron. Él es mecánico, los dos tienen trabajo; pero sus hijos chiquitos andan en la vagancia: se quedaron sin escuela.

“El kínder cerró, no hay niños. Voy a ver si a este puedo inscribirlo en Gómez”, dice la mujer y señala al niño, que le pide de los dulces exhibidos en los anaqueles. Gómez Farías es cabecera del municipio vecino.

La única clienta se aleja por el llano, amarillo de tan seco, de árboles pelones con sus ramas como marañas, como de película de olvido.

El paisaje es tan desolado como lo cuentan.

El Alamillo es un pueblo del noroeste de Chihuahua, en la zona del silencio, porque de la violencia que ocurre aquí no se habla. Se queda en rumor. Eventualmente sale publicada en algún diario local con denuncias anónimas.

“Esa zona está prácticamente asolada porque muchos se van huyendo. Los que pueden se van a las ciudades, Cuauhtémoc, Chihuahua, Juárez o a Estados Unidos, a Nuevo México y Texas, con sus parientes. Otros anduvieron vagando mucho tiempo en la frontera. Unos estuvieron en Palomas, sin trabajo, incluso muriendo de hambre con sus familias porque no querían regresar ahí. Y los que se quedan son interrogados y acosados por los soldados, que les dicen: ‘A ti te protege el cártel. ¿O porqué no huiste? ¿No serás de ellos?’”, dice el diputado local Víctor Quintana.

Y para Gabino Gómez, dirigente de El Barzón en Chihuahua, esta “es tierra de nadie”. Así se lo dijo en diciembre a los generales de la región militar encargados del Operativo Conjunto Chihuahua, en una reunión que tuvieron con las organizaciones de la sociedad civil, que les reclamaron por sus excesos.

Los reflectores de la violencia los acapara Ciudad Juárez, con su récord sostenido de asesinatos, pero la zona rural de Chihuahua, con su nervadura de caminos y brechas que conecta la Sierra Tarahumara con la frontera en una línea, acumula mala fama como albergue de narcocultivadores, y su estela de violencia y sufrimiento.

El día en que se hizo este recorrido por la zona, el municipio de Madera, al que pertenece Alamillo, amaneció con una noticia: levantaron a un hombre frente a la presidencia municipal, a plena luz del día.

–Era don Tino, era de aquí. Fueron por él unos encapuchados y se lo llevaron enfrente de su hija. Ella se engaruñaba a su chamarra, no quería dejar que se lo llevaran, pero se lo quitaron –comenta una anciana del vecino pueblo de Nicolás Bravo, que también luce casas quemadas.

–¿Seguido desaparece gente?

–Hace dos semanas se llevaron a otro muchacho; a él lo encontraron con las manos mochadas –responde.

Nicolás Bravo tiene tramos que parecen escenarios de guerra. Ahí están la Refaccionaria y Ferretería Vázquez, con sus paredes ahumadas y el techo vuelto chatarra. La misma suerte corrió una casa amplia cuyas bardas eran coronadas por figuras de águilas. Otra casa rosa, que se veía de lujo, quedó convertida en una tapia abandonada con los puros muros de pie, con vista al cielo.



La ruta Madera-Ciudad Juárez



Desde el año pasado, en estos dos pueblos vecinos comenzó a notarse el movimiento. En el Diario de Juárez se informó que al menos 15 familias habían huido, luego se manejó que 50.

“Yo he visto familias con las camionetas cargadas o gente que se fue de plano sin nada”, comenta un camionero asignado a esa zona. Él, como la mayoría, tiene miedo de hablar y no quiere ser citado por su nombre.

Es la conjunción de brechas como nervios que conectan la región. La “Y” de Madera a Ciudad Juárez, que tiene ramificación por Villa Ahumada: donde cualquiera puede estar y al día siguiente desaparecer.

Los relatos de lo que ocurre en esta zona, que el diputado Quintana nombra como “la Y de la muerte”, parecen increíbles. Por ejemplo, la aparición del comando armado que en segundos inmovilizó a las decenas de asistentes a una carrera de caballos, asesinó a tres y se llevó por lo menos a otros tres, aunque la gente rumora que desaparecieron más. La mujer que le escribió al presidente de la República pidiéndole que draguen la presa El Tintero porque tiene la sospecha de que sus hijos desaparecidos están ahí, ahogados. Los buzos contratados para buscar a un borracho que podría haberse ahogado en la misma presa...

“Fue en la presa El Tintero, límites de Buenaventura y Namiquipa. Iban a buscar a un señor ahogado y los buzos encontraron en el fondo dos vehículos con gente dentro. Esto no fue público, no salió. La información se queda corta”, dice Gabino Gómez sobre este suceso.

Fue público el éxodo apresurado de familias enteras que vieron arder sus casas o el asesinato de uno o varios de sus miembros. También se sabe que en esta región nadie quiere ser policía, están vacantes algunas alcaldías y faltan regidores, los que había están muertos, renunciados, huidos o desaparecidos.

En esta zona desaparecieron cuatro policías rurales y un teniente del Ejército cuando se trasladaban del Valle de Juárez al cuartel de Madera. Sus familiares recorrieron el camino por tierra y rentaron una avioneta, pero parece que se los tragó la tierra. Aquí también los narcos levantaron a un alto mando de inteligencia de la Policía Federal, cuyo cuerpo fue encontrado en el tiro de un pozo. Pronto la región se llenó de militares en busca de narcos y se atizó la violencia.

Se dice que estos caminos tienen ojos, porque los vigilantes de los narcos están en todas partes.

Un agricultor de esta región, donde se ven grandes extensiones de tierra con ganado y áreas con huertas de manzanos, cuenta lo que es el miedo cotidiano de convivir con los narcos:

“En mi huerta encuentro un vehículo con gente cuidando la carretera. Si avanzas otros kilómetros, se ve otro, y más adelante otro... Así está todo el camino, eso se da en toda la región. Si no lo conocen a uno, es arriesgado andar en los caminos porque lo detectan, lo paran, lo cuestionan. Te dicen: ‘Sabemos que fuiste a tal lado y que vienes de tal otro, tú ya no pasas por acá’.”

Otro vecino comenta: “La seguridad en la zona está a cuenta de gente a pie, a caballo, en vehículos o unos que están poniendo botes junto a la carretera y que pasan información a los narcos sobre quién pasa. Antes eran visibles porque estaban en vehículos parados al lado de la carretera, pero ahora se visten como si estuvieran en las labores del campo”.

Otro narra: “Llegan a los ranchos o bodegas de la gente y las abren y meten autos robados. Y tú sabes que están ahí y te aguantas, no puedes decir nada. A un conocido lo mataron porque se negó a que su bodega la usaran para guardar un vehículo robado. Lo levantaron, lo mataron y lo aventaron por ahí”.

Por estos lugares la consigna parece ser no hablar. Todos parecen miedosos. Los repartidores de productos cuentan que a veces corren la mala suerte de ser detenidos, interrogados, asaltados o golpeados por transitar en una mala hora. La advertencia que recibieron de parte de los capos locales es que los caminos deben estar despejados por las noches. Dice un repartidor:

“A las ocho de la noche ya no sales, desde que se mete el sol estás refugiado en tu casa. La gente ya no viaja de noche por esos caminos, se corre el riesgo de que la paren y pueden pasarle varias cosas. Porque los narcos y los militares ponen retenes en el camino. Si el retén es de los narcos, lo mínimo que te pasa es que te dan unos aventones y madrizas en el mejor de los casos, cuando no roban tu celular, tu cartera o el vehículo, si les gusta, o hasta puede que te lleven y te maten, Y el Ejército, cuando te para, también te golpea y roba posesiones.”



Desapareció hasta el gobierno



Algunos pueblos se salvaron de la barbarie, como El Porvenir del Campesino, un pueblo desolado, de casas de adobe y alambres de púas que delimitan potreros, donde presumen que están alejados de la trama de las drogas.

“Acá vive pura gente mayor, puro campesino. Todos nuestros hijos se fueron a Estados Unidos y desde allá nos mandan dinero”, dice un ranchero con la ropa desgarrada, que camina cerca de la tienda Los Diablos, un cuarto estrecho y desolado como el pueblo mismo.

Víctor Quintana señala que los municipios de Gómez Farías, Madera, Zaragoza, Temósachi, Matachic y Namiquipa tienen muchos desaparecidos.

“Es como una “Y” de la muerte que conecta de un lado con el Valle de Juárez a Villa Ahumada y forma un camino de brechas clandestinas a la sierra, a la parte productora (de enervantes)”, describe.

El legislador estatal hace una relatoría de las tragedias conocidas: primero fue ejecutado el comandante de la policía de Galeana. El año pasado se inauguró con la desaparición del comisario ejidal de Gómez Farías, Raúl Rascón. En marzo de 2009 los narcos quemaron casas en El Alamillo y Nicolás Bravo, y se llevaron a varias personas, entre ellas dos maestros, a los que sus padres buscaron por meses.

Sigue: el 1 de febrero, en la carrera de caballos de El Terrero, Namiquipa, mataron a tres y se llevaron al menos a otros tres, aunque aún hay gente que afirma que fueron muchos más. Un regidor de Madera que se opuso a esos ataques tuvo que irse de la región porque le quemaron la casa y golpearon a su familia. De Nuevo Casas Grandes se fueron empresarios y agricultores por la ola de secuestros y las constantes extorsiones. En la zona incluso hubo secuestros de niños.

“En toda esa región de la Alta Babícora: Namiquipa, Nicolás Bravo, Soto Maníes y Madera, hay gran cantidad de casas quemadas. En El Alamillo acabaron con familias completas; los que no murieron huyeron”, dice Quintana.

Gabino Gómez resume: el narcotráfico siempre ha existido en la zona y la gente de ahí no se escandalizaba porque se mantenía en bajo perfil, guardaba su distancia. “Pero ahora se desataron los demonios”, admite.

Relata que durante los operativos, las escuelas cerraban abruptamente cuando empezaba la violencia y rápidamente iban los papás a sacar a sus niños de la escuela, desde los de kínder hasta los del telebachillerato.

Ahora, señala Felipe Ruiz, dirigente de la organización de derechos humanos Cosyddhac, “nos manejamos en una carencia de información, es difícil que la gente denuncie porque tiene miedo, y cuando denuncia no pasa nada. Recibimos quejas contra el Ejército, el general Espitia nos dice que eso que dicen no es cierto. Y mientras, hay mucha violencia y mucha oscuridad, porque no hay elementos sobre los cuales poder bordear la verdad”.

La desaparición forzada más reciente ocurrió en otro tramo de esta maraña, en el ejido Benito Juárez. Este caso, según los testigos, involucra al Ejército. El 26 de diciembre unas personas que la gente identifica como militares se llevaron a dos mujeres y a un hombre, miembros de la familia Alvarado, y aunque el Ministerio Público les confirmó que fue un operativo del Ejército, éste lo negó y no volvió a saberse el paradero de las personas.

Gabino Gómez ofrece otro dato: “Yo les señalé a los militares que en la región del noroeste, en la zona rural, no hay gobierno, porque sólo se enfocan en Juárez y en las ciudades, pero en el campo hay pueblos tomados por el crimen organizado, que siembra terror, y la llegada del Ejército no resuelve nada por los abusos que comete, el robo de vehículos. Sus camiones parecían casas de mudanza de tan cargados que iban de muebles.

“Es la región que va desde Namiquipa hasta la frontera, pasando por Gómez Farías, Buenaventura, Janos, Ascensión, Zaragoza, Galeana, Casas Grandes... que es una línea real, que es la zona donde desapareció el gobierno.”



Este texto se publicó en la edición 1734 de la revista Proceso que empezó a circular el sábado 23 de enero.