domingo, 17 de mayo de 2009

INFLUENZA COLECTIVA

Alejandro Páez Varela
La influenza colectiva
17 de mayo de 2009




Conforme se desinfla la emergencia epidemiológica en el país, hemos empezado a ver un poco más lejos. La primera de muchas conclusiones que podemos sacar es que México debe prepararse para convivir cíclicamente con estos eventos de salud pública. El virus de la influenza y otros atacarán las defensas de la población una y otra vez. Sus mutaciones y actualizaciones nos agarrarán sin vacuna, a nosotros y al resto del mundo, y debemos estar listos para revivir escenarios como el que padecimos en la ciudad de México y en otras poblaciones. La prevención y la capacidad de respuesta temprana serán clave. No confíe en la reacción del gobierno: tome vitaminas, tenga alcohol y tapabocas a la mano.

El adelgazamiento de la nube del shock sanitario permite, también, un mayor alcance de visión sobre los otros muchos problemas del país. Las ejecuciones relacionadas con el narcotráfico volvieron a las páginas de los diarios y a los noticiarios, y no porque se hubieran frenado —el contador numérico siguió su paso funesto—, sino porque la cobertura mediática estaba concentrada en la epidemia. También hemos retomado la agenda de la crisis económica. Para muchos mexicanos que perdieron su empleo en estas semanas esa fue su preocupación central; los que todavía tenemos trabajo pudimos darnos “el lujo” de olvidar la contingencia y concentrarnos en el virus A(H1N1). Y ahora que salimos del monotema nos enteramos de que las perspectivas económicas se ennegrecieron más aún, y de que el gobierno está realmente en un aprieto de pesos y centavos que deberá cubrir por la vía del endeudamiento.

No parece suficiente el aumento de la tasa de desempleo; el turismo, que da de comer a decenas de miles de mexicanos, se ha desplomado. Los ingresos tributarios también van a la baja, como la renta petrolera, la inversión extranjera y el crecimiento en su conjunto. Estamos, amigos, en un momento crítico de la crisis, y aunque la economía de Estados Unidos ha dado muestras de una lenta recuperación, la nuestra se estanca a tal punto de que seremos, según las consultoras y los mismos gobiernos, uno de los países con el menor crecimiento de Producto Interno Bruto no sólo en América Latina, sino en el mundo.

En pleno marasmo, mientras más débiles estamos, se nos van revelando episodios de la vida nacional que son poco alentadores. El creciente poder de Carlos Salinas de Gortari entre los principales actores políticos, su influencia en la vida interna del PAN y del PRI no sólo nos confirma como un pueblo sin memoria, sino vulnerable, sin anticuerpos. La izquierda no ofrece soluciones, y los partidos emergentes son en realidad concesiones del poder público.

¿Cuáles alternativas tenemos los ciudadanos? Muy pocas. Y aun así, el ambiente es de resignación. Débiles y asustados por la influenza, la crisis económica, la guerra del narcotráfico y la caída de las perspectivas; frente al fin del sueño petrolero, con un sistema democrático secuestrado por unos cuantos gandayas, una administración pública deficitaria y la brújula extraviada, no tenemos más opciones que agachar la cabeza y esperar a que el viento se apiade de nosotros. Que nos lleve a alguna parte. Qué desconsuelo. Salimos de nuestras casas por inercia y por necesidad; gritamos ¡goool!, lloramos con las telenovelas, bebemos los fines de semana.

Sin caer en las teorías de la conspiración, es fácil pensar que el conjunto de contingencias es, en realidad, un ataque colectivo de influenza que nos tiene postrados, nos resta las fuerzas, nos ha hecho abandonar un proyecto de nación. Y mientras, los Carlos Salinas, los Slim, los Roberto Hernández, los Felipe Calderón, los PRI, los PAN, los PRD, las Elba Esther Gordillo, las televisoras, los amos de México siguen construyendo su mundo aparte con nuestros recursos, nuestras proteínas y nuestros minerales. Nuestro marasmo es proporcional a su fortaleza.

Agotados y asustados por tantas crisis y tantas distracciones, los ciudadanos estamos demasiado ocupados en salir al paso como para pensar en la recuperación de las riendas de este hermoso país que, por ahora, vive secuestrado por el desgano. Esta influenza colectiva sólo nos deja fuerzas para llevarnos una temblorosa cucharada de sopa a la boca.