domingo, 13 de septiembre de 2009

LOS BUITRES QUE VIVEN DE LA MUERTE

Ciudad Juárez: Vivir de la muerte
MARCELA TURATI
Ciudad Juárez es la capital mundial del homicidio doloso, producto de los levantones, las ejecuciones, las batallas campales entre bandas rivales, los heridos rematados en ambulancias u hospitales, los funerales y sepelios ensangrentados por venganzas. En medio de todo, florece el negocio de los buitres, agentes funerarios que están a la caza de los familiares de víctimas. Aquí, la única paz está en los cementerios, donde reposan juntos policías y sicarios…

CIUDAD JUÁREZ, CHIH.- En esta ciudad una persona muere asesinada cada dos horas con 15 minutos. En 10 días han muerto 112. Al término de hoy habrán fallecido al menos once personas. Once bultos tirados en la calle como fiambres. Once futuros destrozados y familias enlutadas.

Aquí la canción del paisano Juan Gabriel resultó profética. En dos años, Ciudad Juárez se convirtió en "la número uno", la nomber uan en número de homicidios dolosos, no sólo de México, del mundo entero.

A pesar de la crisis económica y de la inseguridad, la industria de la muerte se encuentra en apogeo. Por la oleada de violencia han florecido empresas funerarias de varios pisos, grandes como hospitales, dignas para abastecer la demanda de la nueva capital mundial de homicidios. Mención aparte merecen dos de ellas: el Recinto Funerario Latino Americana, un edificio de tres pisos de mármol, y Mausoleos Luz Eterna, que alberga en sus instalaciones un templo con capacidad para 350 personas cómodamente sentadas, estacionamiento para 250 autos y espacio para 64 mil urnas funerarias.

Sea o no que las establecieron por coincidencia, como afirman sus gerentes, las funerarias tienen clientela asegurada a futuro si se toma en cuenta que entre 2008 y 2009 los panteones tuvieron que abrir 3 mil 200 nuevos espacios para sepultar a los ejecutados (en su mayoría, hombres de entre 20 y 35 años), una verdadera masacre para una ciudad que no alcanza millón y medio de habitantes.

Por el ritmo de los asesinatos, los cementerios municipales están alcanzando su cupo máximo y algunos días las caravanas fúnebres tienen que esperar su turno para enterrar a su ser querido, no vaya a ser que se topen con carrozas del bando rival. La morgue sigue colapsándose.

La guerra desatada por el gobierno ha incubado personajes como los buitres, unos seres vestidos de color oscuro que, en representación de las funerarias, se disputan a los muertos para ofrecerles sus últimos servicios. A ellos se les puede ver haciendo guardia afuera de la Procuraduría de Justicia, husmeando en la escena del crimen para recabar datos de su futuro cliente, timbrando en la casa del difunto, paseando por los pasillos de la unidad de homicidios, camuflados entre los deudos o tramitando el rescate de algún cadáver atorado en algún embotellamiento en el Servicio Médico Forense (Semefo).

Se les reconoce por su discreción, su ropaje oscuro, su camisa formal y de manga larga, sus botas negras puntiagudas y su look de haber salido de un velorio.

El miércoles 9 de septiembre, cuatro de ellos fueron vistos al lado de una mujer que gritaba enloquecida por el dolor en la colonia Barrio Alto, a la que su esposo, igual de quebrado, inmovilizaba con un fuerte abrazo para que no se enfrentara a los soldados que le impedían llegar hasta donde yacía su hijo acribillado.

El cuarteto se mezclaba entre los metiches, los vendedores ambulantes de paletas heladas y los periodistas que siempre husmean detrás de la cinta plástica de color amarillo que impide el paso. Esperaban el momento de entrar en acción hasta que uno de ellos, el más vivales, se les adelantó a todos y apareció junto a los familiares, presentándose y extendiéndoles una tarjeta.

"Funeraria Ríos está para servirles", dijo el buitre al padre del muchacho ejecutado, a quien apalabraría en segundos para verlo dos horas más tarde, cuando fuera a identificar el cadáver de su hijo, y aprovecharan para cerrar el trato por servicios funerarios.

La disputa entre cárteles ha trastocado también a los gremios de los embalsamadores, los panteoneros, los músicos, los rescatistas, los médicos y enfermeros. Todos adaptaron su profesión a los nuevos desafíos impuestos por esta carnicería.

El rafagueadero indiscriminado provocó, por ejemplo, que sólo tres hospitales reciban heridos de bala –uno de ellos, el Hospital General, declaró desabasto de sangre por exceso de transfusiones– y originó escasez de médicos porque nadie quiere las vacantes laborales de esta urbe, puntera también en secuestros y extorsiones.

El enfrentamiento entre cárteles que se libra en Ciudad Juárez ha matado más gente que la mafiosa Camorra italiana en una década. Según diagnostica el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, en esta ciudad mueren 159 personas por cada 100 mil habitantes, cifra con la que supera a países enteros como Sudáfrica o ciudades violentas como Caracas y El Salvador. Se vive una situación similar a la que vivieron hace dos décadas los habitantes de Medellín, o en su momento Chicago y Palermo, que por momentos parecían ahogarse en su propia sangre.

La muerte permite ganarse la vida a unos cuantos, pero no sin riesgos. Estos son algunos de sus testimonios.

Este es un extracto del reportaje que publica la revista Proceso en su edición 1715 que empezó a circular el domingo 13 de septiembre.