lunes, 9 de marzo de 2009

MORGUES ABARROTADAS EN CD JUAREZ MEXICO

Morgues abarrotadas
Las guerras del narcotráfico producen cada vez más cadáveres en las ciudades de México

Un trabajador de la morgue de Ciudad Juárez coloca un cadáver en la sala de refrigeración. [Fotos: AP]
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• En fotos: Demasiada muerte
CIUDAD JUÁREZ, México.— La muerte congeló su expresión de miedo. Los atacantes cortaron o perforaron cada rincón de su cuerpo. Le cortaron la cabeza, la envolvieron en una bolsa plástica de una tienda y la tiraron junto con el resto de su cuerpo entre dos camiones de remolque en una calle de la ciudad.
A pocos centímetros está su cabeza. La boca y los ojos parecen estar pidiendo piedad.
Como sucede casi siempre en Ciudad Juárez, la policía no encontró testigos ni armas. Sólo el cuerpo maltratado que yace en la camilla de metal de la oficina de la médico forense puede dar pistas acerca de quién era y cómo murió.
"Cada órgano habla", dice la doctora María Concepción Molina, mientras su asistente le abre el pecho a la víctima y se dispone a extraer la caja torácica.
Los cadáveres guardados en las morgues de las ciudades fronterizas de México son evidencia de la espiral de violencia derivada de la guerra contra el narcotráfico. Esa violencia cobró 6,290 vidas en 2008, el doble que el año previo, y ya lleva más de mil en lo que va de 2009.
Cada herida de bala y cada hueso quebrado ofrecen detalles de la ferocidad con que los carteles de la droga combaten el gobierno y pelean entre sí. En el depósito de cadáveres se apilan cadáveres de policías junto a los de pistoleros, todos envueltos en bolsas blancas.
El personal trabaja 12 horas diarias, a veces los siete días de la semana, para examinar los cadáveres. Cuando las casas que fabrican féretros en Tijuana se retrasaron durante las fiestas de fin de año, la morgue llegó a tener 200 cadáveres en dos refrigeradores que sólo pueden recibir hasta 80 cuerpos.
"A veces hay tanta gente, tantos cadáveres, que de ninguna manera nos damos abasto", confirmó el director de la morgue de Tijuana, Federico Ortiz.
En Ciudad Juárez, la ciudad fronteriza con Estados Unidos donde hay más matanzas, Molina quita delicadamente una cinta de la boca, la nariz y los ojos de la tercera persona decapitada que examina en una semana, decidida a hacer hablar a un hombre muerto.
Los investigadores hacen presión sobre cada dedo del cadáver decapitado para tratar de conseguir las huellas digitales. Molina calcula que, por su cara, tendría unos 30 años.
La médico forense, de 41 años y con cinco hijos, tiende cuidadosamente la ropa ensangrentada sobre una lámina de plástico rojo. Acomoda como puede una camiseta desgarrada por puñaladas que tiene una reproducción de un cartel de "buscado" referente al revolucionario Pancho Villa. Acomoda las marcas de los pantalones vaqueros y de su ropa interior y luego les saca fotos.
"A veces le mostramos estas fotos a las familias y ellos dicen que es su ropa, pero no es él", dijo Molina. "Es un mecanismo de negación".
Ciudad Juárez, una ciudad de 1.3 millones de habitantes frente a El Paso, Texas, tiene una morgue y un laboratorio modernos, que costaron 15 millones de dólares, adquiridos con asistencia internacional luego de los aún no resueltos asesinatos de más de 400 mujeres que fueron violadas, estranguladas y tiradas en el desierto a partir de 1993.
La morgue tiene siete médicos, incluidos dos contratados en las dos últimas semanas.
La procesión de cadáveres es asombrosa. Por lo tanto, se proyecta duplicar la capacidad de la morgue el año que viene.
En 2008, 2,300 víctimas de la violencia y de accidentes desfilaron por este edificio con olor a formaldehído, donde los médicos trabajan al compás de baladas de amor, mientras cortan huesos con sierras eléctricas. En los dos primeros meses de este año llegaron más de 460 cadáveres.
"Si sigue esto, se rompe el récord del año pasado, fácilmente", manifestó Héctor Hawley, director de una unidad de médicos forenses y analistas de crímenes, mientras empleados con uniformes blancos depositan cadáveres en estanterías de metal. "Podemos ver dos mil (cadáveres) en 10 meses. "Necesitamos mucha ayuda."
El depósito dejó de recibir cadáveres de personas que mueren por razones ajenas a la violencia.
A casi el 40% de los muertos del año pasado se les halló cocaína o marihuana. Aproximadamente un 20% no fueron reclamados, en muchos casos por temor. En el laboratorio hay pilas de cajas con botas de vaquero, teléfonos celulares y chalecos antibala cubiertos de sangre.
Los traficantes de drogas saben que las autoridades analizan los cadáveres para tratar de dar con los asesinos y han hecho incursiones en las morgues para llevarse cuerpos. Cuando se cree que hay un traficante importante entre los muertos, soldados del Ejército custodian la morgue.
Entre las 4.30 de la tarde y las nueve de la noche un martes reciente llegaron 17 cadáveres a la morgue de Ciudad Juárez, incluidos los del subjefe de la policía y otros tres oficiales.
Molina, quien luce una bata azul y una gorra de baño, observa el cuello de la víctima y no encuentra magulladuras. Le cortaron la cabeza después de muerto.
"Está decapitado, pero yo de todos modos tengo que determinar las causas de su muerte", comenta.
Su asistente, Iván Ramos, de 20 años, coloca la cabeza junto al cuerpo y la sostiene allí, mientras Molina toma fotos. Usa un papel con la identificación de la víctima para cubrir la zona del cuello. Eso alivia un poco el dolor de los seres queridos que van a ver la foto.
La doctora toma nota de las demás lesiones: fractura en la tibia izquierda, fractura en el húmero derecho, cortes severos y magulladuras en el abdomen y en el muslo izquierdo, puñalada en el muslo derecho, cortes en el mentón, orificios de puñal en la pantorrilla derecha, marcas en la espalda, como de latigazos. No tiene características distintivas, como cicatrices, lunares o tatuajes.
Molina quita lo que parece ser un torniquete en su bíceps izquierdo. Conjetura que se lo colocaron los asesinos para que dejase de sangrar de una puñalada, así no moría antes de que completasen la tortura. Sus rodillas están golpeadas y en algún momento fue obligado a arrastrarse.
Molina sostiene la cabeza resbalosa en la mesa mientras Ramos afeita un sector para medir una puñalada. Corta la piel, serrucha el cráneo y saca fotos del cerebro. Luego lo extrae y limpia la sangre oscura de la cavidad craneana.
"Este color no debe estar. Tiene una hemorragia cerebral", dice Molina. "No pasó el cráneo, pero fue tan fuerte que causó esto".
Molina no está convencido de que los golpes en la cabeza hayan causado la muerte de este individuo y sigue investigando.
Ramos abre la caja torácica para observar otros órganos. Se inició en la morgue como voluntario cuando tenía 17 años. Al principio no podía comer por la impresión, pero ahora se siente afortunado de tener un trabajo en estos tiempos de recesión.
Molina sostiene la cabeza del hombre en sus manos.
"Mire, tuvo un infarto", comenta, apuntando a una mancha blanca en el corazón. "Pero si yo pongo infarto, le quita responsabilidad a quienes hicieron esto, porque está considerado como una muerte orgánica. Entonces lo voy a dejar como última posibilidad".
Observa cada órgano y señala que se trataba de una persona muy saludable.
"Era una persona productiva, y todos son así, jóvenes de entre 18 y 36 años", afirma Molina, sacudiendo la cabeza.
Luego de hora y media, llega a la conclusión de que murió asfixiado por la cinta que le colocaron en la boca y la nariz.
Ramos toma una aguja y un hilo, coloca el cerebro en la cavidad abierta de la cabeza cercenada, como es costumbre, y cose el pecho. Cierra el cráneo y vuelve a colocar la piel.
"Está en buen estado para ser identificado", dice Molina.
Mientras, envuelven el cuerpo en una bolsa y lo colocan en la enorme refrigeradora, se abren las puertas y llega el cadáver de otra persona asesinada.
(Mariana Martínez colaboró con este artículo desde Tijuana.)