lunes, 9 de marzo de 2009

NO HAGAN OLAS!! TAMBIEN CON LA VIOLENCIA,SE PUEDE VIVIR ,AUNQUE SE ESCRIBA CON TINTA SANGRE

Juárez no es la ciudad del narco; es nuestra ciudad"
Por: Cruz Loera Molina | 09-Mar-2009 13:10

Hay un Juárez cotidiano que sólo quien vive aquí es capaz de verlo: de gente trabajadora y honesta que lucha día con día por hacer de ésta una mejor sociedad; que se levanta diariamente, va a su trabajo y ve por los suyos, y mientras se da un tiempo para apreciar atardeceres como el de la imagen. Foto: mijuaritos.blogspot.com.

Conscientes de que habitan “un laboratorio creado para la industria maquiladora”, donde el entretenimiento estaba en las cantinas y la vida nocturna, los narradores y poetas César Silva Márquez, Dolores Dorantes y Edgar Rincón, quienes nacieron en Ciudad Juárez en los setenta y han decidido seguir viviendo en esta ciudad, afirman que además de la violencia que ya lleva 15 años, lo que daña a la cultura es la falta de presupuesto.

“La violencia nos ha rebasado y esto no es nuevo. Cuando dicen ‘ayer hubo tres ejecutados’, nunca aclaran quiénes fueron, a qué se dedicaban y de qué vivían. El terror no sólo viene de los sicarios; hay que agregar el de las fuerzas armadas, las tanquetas, los encapuchados con sus metralletas y la disputa de poderes: narcos versus narcos y narcos versus Estado. Y en medio de todo, el obrero tiene que ir a la maquila, el estudiante a la universidad y el negociante debe vender. Juárez es una ciudad; no es la ciudad del narco”, comenta tajante César Silva (1974).

El novelista y poeta aclara que desde la urbe fronteriza la falta de seguridad se percibe “muy distinto” al resto del país. “Es obvio que lo que uno ve y escucha se filtra de una u otra manera en el trabajo artístico. En Juárez no nada más hay violencia y opresión. No me levanto cada mañana a encontrarme con ella. Sé que está latente; pero tengo una vida normal, con familia y mascotas”.

El ganador del premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras (2005), con Los cuervos, que trata de un vampiro que asesina mujeres, aunque nunca se dice que es Juárez, señala que hay artistas que se han ido, “pero no precisamente por la violencia, sino por la falta de apoyos, la lejanía con la capital, por cuestiones geográficas culturales, pues el canon mexicano literario se sigue dictando desde el centro”, en lo que coinciden los tres.

Dolores Dorantes admite que vive en un estado de constante ansiedad e inseguridad. “Existe en mí, más que miedo, un impulso por defender lo que me corresponde. Me parece injusto que en la población más dañada por intereses externos, donde los seres humanos son ofrecidos como mano de obra barata para el extranjero y no existen ni garantías ni derechos, yo tenga que pagar un gas 80 por ciento más caro que en el resto del mundo”.

Pero a pesar de este ambiente socialmente hostil, agrega la ensayista nacida en 1972, se puede crear y es necesario hacerlo. “Un ambiente de guerra genera una población que teme a todo. La creación no deja de estar. Lo que parece estar detenido es el apoyo a la cultura y persisten los artistas que no se comprometen políticamente”, se lamenta.

Quien trabaja con la asociación civil Nuestras Hijas de Regreso a Casa, a través de Documentación y Estudios de Mujeres, A.C., indica que en su obra siempre ha existido el tema de la violencia. “Está ahí como algo subconsciente. Y me gusta que esté. ¿Por qué negar o dejar de decir lo que pasa en nuestro mundo? Ciudad Juárez es México también. Las cosas no suceden aquí únicamente, como quisiera verse, son un reflejo de nuestro país”.

“Una mujer va al salón de belleza a cortarse el pelo y se pone a hablar mal de los narcos, sin saber que entre los clientes hay uno. El narco saca una pistola y le dice a la estilista que la rape por andar hablando mal de ellos”. Ésta es una de las historias literarias que nació a raíz del recrudecimiento de la violencia en Ciudad Juárez, explica Edgar Rincón.

“Lo que sucedió el año pasado fue como un tren que destrozó todo a su paso. La gente no hablaba de otra cosa, los extranjeros no dejaban de preguntar sobre el tema. El miedo se expandió como la niebla, no nos permitía ver más allá, eso nos cegó a muchos y nos orilló a escribir sobre el asunto. Creo que estuvimos a punto de crear la narcoficción, cada persona tenía su teoría o por lo menos una historia qué contar”, detalla.

El narrador nacido en 1979, quien ha sufrido un robo de vehículo, visto un ejecutado y un auto en llamas con tres cadáveres adentro, “es decir, he sido testigo de cuatro de los mil 602 homicidios sucedidos en los últimos 12 meses”, reconoce que las nuevas generaciones de creadores se están acostumbrando a esto.

“Lo difícil no es crear, sino aprender a vivir de esta manera. A la hora de escuchar por primera vez los disparos de un cuerno de chivo algo sucede en ti. Pensar en qué alternativas tienes para esconderte en tu propia casa o para huir de ella es una de las peores manifestaciones del miedo, pero, como todo, es algo pasajero. Te acostumbras a escribir mientras escuchas sirenas de patrullas y ambulancias, y en estos días el perpetuo volar de los helicópteros.

“El verdadero horror me lo provoca creer todo lo que se dice de nosotros en los medios, la paranoia colectiva que vivimos en 2008; verle a toda persona cara de sicario, como si en verdad conociéramos a uno. Esa fue la fase más hostil de nuestro aprendizaje y creo que ya la superamos”, asegura.

El narrador y poeta enfrenta un dilema en cuando al contenido de su obra. “Escribir sobre la violencia me parece hacerla extensiva, ser víctima también de los hechos. Por un lado me parece innecesario insistir en eso, pero por el otro considero urgente dejar un testimonio, la pretensión de ser la conciencia de una ciudad es inherente a la soberbia de todo escritor.

“El problema es cuando la ficción se ve superada por la realidad. Descubrir que los asesinos son cada vez más crueles y con disposición a convertir las calles de la ciudad en su galería de atrocidades es devastador. Y ahí es cuando caes en el juego: ellos nos están obligando a dejar de imaginar cosas, nos están obligando a verlas. Entonces, considero necesario replantearme el sentido de mi obra, quién va a leer algo que hable de la violencia cuando sobrevivimos a ella todos los días. Creo que debo dirigirme en otra dirección, aunque sea como un gesto de resistencia, de oposición a la corriente”, concluye.