miércoles, 27 de enero de 2010

Violencia y espectáculo

José Gil Olmos


MÉXICO, D.F., 27 de enero (apro).- Cuando le ocurre a alguien del mundo del espectáculo, el deporte, a familiares de empresarios o de la cúpula del poder, se convierte en noticia. Pero cuando la violencia es hacia un ciudadano de a pie o incluso como expresión de la guerra entre narcos, pasa a ser un número más, otra víctima que se pierde en la violencia cotidiana que en México es alarmante: una muerte violenta cada hora y un millón 700 mil denuncias de delitos al año.

Más allá de la justificación de que gozaba su vida privada, la agresión que sufrió el futbolista Salvador Cabañas en un bar que operaba irregularmente en la madrugada y al que asistían muchos actores, actrices, deportistas y gente ligada a Televisa es una muestra más de la ilegalidad, la impunidad y la espiral de violencia que vive el país y de la que nadie se escapa.

Tan sólo de la guerra contra el narcotráfico se ha contabilizado la ocurrencia de 24 homicidios diarios en el país, sin que la sociedad ni las autoridades puedan hacer algo para detener esta violencia que ya se toma como el pan de cada día.

A diario ocurren secuestros, asaltos, extorsiones, asesinatos, desapariciones, enfrentamientos y extorsiones en la sociedad mexicana. El paisaje de violencia se ha tomado de manera tan natural en los últimos años que sólo se rompe cuando los medios hacen de un caso un espectáculo como ha sucedido con el secuestro y posterior asesinato del joven Alejandro Martí y ahora del atentado contra el futbolista Salvador Cabañas.

Si en la calle se ve un asalto a mano armada contra un transeúnte o contra algún automovilista, se prefiere voltear la vista y alejarse de inmediato que llamar a la policía, pues se sabe que la impunidad impera en el aparato de justicia mexicana y el asaltante saldrá pronto y puede buscar la venganza.

También hay indolencia social para romper con esta violencia que ya se vive como una rutina en los transportes, oficinas, las calles y aun en muchos hogares, entre las familias.

El año pasado el Centro de Investigación para el Desarrollo (CIDAC), una organización dedicada a la investigación de políticas viables para el desarrollo de México, dio a conocer el “Índice de incidencia delictiva y violencia 2008”.

Según esta organización México se encuentra en el número 16 de 115 naciones con mayor índice de violencia y delincuencia, con un registro de 10.60 homicidios por cada 100,000 habitantes, muy cercano a países como Panamá, Nicaragua y por arriba de naciones que han experimentado conflictos armados como Palestina.

El CIDAC señala que, de acuerdo con el indicador que mide el número de homicidios, ejecuciones, robos de vehículos y otros delitos que se cometieron en México durante el 2008, el número de denuncias recibidas creció 5.7% respecto a 2007, incrementándose de un millón 622 mil denuncias a un millón 714 mil las denuncias, de las cuales solamente 21% fueron reportadas a la autoridad y 13% pasó a averiguación previa.

La violencia se ha hecho común y corriente entre los mexicanos y nos hemos acostumbrado a ello. Sólo hasta que alguien de fuera nos lo dice es que reparamos que no es normal que soldados y policías con chalecos blindados y metralletas de asalto al ristre patrullen calles, casas, negocios, bancos, tiendas, parques y estadios.

No es normal tampoco que el presidente de la República no pueda realizar actos públicos, en lugares abiertos, ni que viva con medidas estrictas de seguridad todo el tiempo, porque teme a actos de violencia del crimen organizado o de la sociedad inconforme con su gobierno.

La violencia ha entrado a las escuelas públicas, donde para muchos niños y jóvenes es un pasatiempo grabar en sus teléfonos las peleas que diariamente hay entre ellos –sin importar que sean mujeres u hombres--, para ser trasmitidas por internet.

En la prensa mexicana ya no es noticia el registro de 9 mil 600 personas asesinadas en esta administración en crímenes atribuidos a los cárteles de la droga.

Como tampoco es novedad para la sociedad mexicana que muchos niños han cambiado sus juegos inofensivos de carreras de autos por “levantones” y a ver quién dispara como sicario.

El balazo en la cabeza al futbolista paraguayo ha provocado una ola de inquietudes, criticas y hasta exigencias de renuncia en contra de las autoridades de la Ciudad de México.

Pero más allá de lo reprobable que puede ser este incidente, lo que llama la atención es que se transforme en un espectáculo mediático y no se vea como parte de un fenómeno de violencia en la sociedad mexicana que hay que detener, porque la inseguridad puede generar tensión social, como bien lo advierte el presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, Raúl Plascencia Villanueva.